La vida de clausura ayuda al recogimiento interior, a crear un ambiente sereno que facilita la oración continuada y el espacio de intimidad necesario. No se trata de vivir encerradas, lejos del tiempo, huyendo del mundo. La clausura no es un fin, sino un medio para hacer del monasterio un espacio de oración y fraternidad. Es también la forma de encontrar un silencio, que en el mundo monástico es necesario para escuchar, en ese mismo silencio, la palabra.
Nosotros entendemos que el hombre de hoy no entiende la clausura, la cerrazón, los muros, y sin embargo, desde aquí dentro, nosotros sentimos que estos muros no son barreras, no hay nada que nos separe del exterior, sino que son como cristales, en la medida en que nosotros nos dejamos santificar y transformar por Cristo, eso sale al exterior y realmente sale porque vienen muchas personas buscando nuestro consuelo, nuestra oración, vienen muchos buscando, y nosotras además vamos hacia afuera…