Las Clarisas de Lerma enamoradas de Jesús
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Clarisas de Lerma – Convento de la Asunción
Llama la atención el ver que un grupo de jovencitas decida ingresar a un convento de clausura. El mensaje que esto nos está enviando, es el vacío espiritual por el que gran parte de la juventud, y no solamente la española está inmersa particularmente en estos tiempos en que los políticos están sumamente ocupados y preocupados por sacar a Cristo de la vida pública y de las escuelas. Más sin embargo, el consumismo y materialismo ateo jamás podrá llenarlo o solucionarlo. Ello solamente acarrea decadencia.
El hartazgo hacia el ateísmo, materialismo, abortos, alcoholismo y abuso de drogas provocó el buscar un refugio espiritual. Jóvenes con una supuesta libertad y una vida por delante, deciden abandonarlo todo para seguir a Cristo hasta el final. No cualquiera tiene el valor suficiente para ello.
Los vecinos de Lerma sólo ven a las clarisas de La Asunción cuando salen a votar. Se levantan a las seis y media de la mañana y dedican seis horas al día a la oración.
Al cardenal Rouco Varela se le llena la boca cuando hablan de las monjas: «¿Pueden imaginarse que haya un monasterio de clarisas de 123 religiosas cuya edad media no supera los 30 años? Todas ellas proceden de las profesiones más exitosas en las que se mueve la mujer en España. No caben, están durmiendo en literas, ocho están en espera de poder entrar en el monasterio. No les digo qué monasterio para que no las perturben en su paz». El nombre que el cardenal no da, el lugar donde se obrado el milagro de la fecundidad vocacional, no es otro que el de La Ascensión de las clarisas de Lerma (Burgos). A sor Verónica, algunos la llaman «la nueva Clara», en referencia a la fundadora de la congregación, Clara de Asís, enamorada de Dios y de san Francisco, que creó la orden guiada por un lema: «Mi Dios y mi todo». Verónica Berzosa nació el 27 de agosto de 1965 en Aranda de Duero (Burgos). Su padre era comerciante y profesor de música. El día de su nacimiento tiró cohetes porque por fin llegaba una niña después de cuatro varones. Un bebé precioso, de ojos verdes, que creció feliz en una familia unida como una piña. Una niña que desde pequeña recibe indicaciones de Dios.
La primera, según cuenta ella misma en el libro Clara ayer y hoy (editorial BAC), se la da un confesor el día de su primera comunión: «Si quieres ser feliz un día, estrena un par de zapatos; una semana, mata un cerdo; toda la vida, monja de clausura». Verónica crece, se convierte en un chica guapa que se lleva a los chicos de calle, estudia, forma parte de una pandilla que va a discotecas y fuma porros y se echa un novio que estaba tan enamorado de ella que hasta le compró un caballo. Pero todo eso no la llenaba. «Algo en mi interior me urgía a buscar sin descanso. Viendo cómo la gente destruía su vida, yo deseaba buscar algo que no se acabara, que fuera eterno». Y lo encontró en un convento de clarisas moribundo. Cuando ella llegó, hacía 23 años que en el monasterio de Lerma no ingresaba una novicia. Algunos apostaron que no duraría nada.
No sólo duró sino que hizo revivir al convento. A sus 24 años, optó por Dios, «porque no merece la pena gastar las fuerzas en lo que tiene fin». Las vocaciones comenzaron a fluir atraídas por el imán de sor Verónica, la monja de ojos verdes y pecas convertida en maestra de novicias. Las futuras monjas de clausura se enteran de la existencia de este convento por el boca a boca, a través de sus amigas o en las pascuas juveniles. Se organizan en Semana Santa y durante ellas las chicas, procedentes de monasterios, parroquias y congregaciones de toda España, tienen la posibilidad de conocer a las clarisas de Lerma. Así llegaron sor María Olatz, una bilbaína que lo tenía todo y todo lo dejó: «Cristo me robó el corazón. Él lo llena todo. Siento que vale la pena dárselo todo y que todo es poco». Y sor Isabel, sor Patricia, sor Ana Belén… hasta la última postulanta, que entró el pasado sábado.