Dios siempre te perdona

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Dios siempre te perdonaDios quiere perdonarte, pero ¿estás dispuesto a pedirle perdón? San Clemente Alejandrino17, un escritor del siglo segundo, nos cuenta un hecho real de la vida del apóstol san Juan evangelista. Dice que, muerto el emperador Domiciano, el apóstol Juan retornó de la isla de Patmos, donde estaba desterrado, a Éfeso y procuraba evangelizar por todas partes. En uno de los lugares cercanos a Éfeso, encontró a un joven bien dispuesto, todavía no cristiano, y se lo encomendó, especialmente, al obispo para que lo guiara. En plena iglesia, le dijo al obispo: “Te confío a este joven como un tesoro en presencia de la Iglesia y de Cristo”.

El obispo educó a aquel joven y lo bautizó, pero se fue descuidando en su educación, le dio demasiada libertad, no lo controlaba, y empezó el joven a frecuentar malas mujeres y malos amigos, que lo llevaron a robar y, poco a poco, a caer en un grupo de delincuentes. Como el joven era de carácter fogoso y violento, llegó un momento en que organizó un grupo de bandoleros para asaltar a la gente.

Pero, después de un tiempo, volvió el apóstol Juan a aquella Comunidad y preguntó por aquel joven. El obispo le dijo que había muerto.
– ¿Muerto?, dijo el apóstol
– Sí, muerto para Dios, porque lleva una mala vida, le dijo el obispo.
– ¿Y dónde está?
– Se encuentra en aquella montaña de enfrente con su grupo de bandoleros.

Entonces, el apóstol Juan se hizo guiar hacia allí y llegó al lugar. Cuando lo detuvieron los centinelas, les dijo que quería hablar con su jefe. Pero aquel hombre, avergonzado, al saber quién era, se escapó. Y Juan lo siguió hasta que lo encontró y le habló con palabras amables:

– Hijo mío, ¿por qué huyes de mí, que soy tu padre, que ya estoy viejo y estoy desarmado? No tengas miedo de mí, oh hijo mío. Si es necesario, yo sufriré la muerte por ti, pero vengo en nombre de Jesucristo para devolverte la vida que has perdido.

Aquel bandido se arrepintió ante la solicitud y el amor de Juan y lloró amargamente sus pecados. El apóstol Juan lo regresó a la iglesia y, delante de todos, aquel hombre se arrepintió y comenzó una nueva vida.

Y Clemente Alejandrino hace el comentario: Si uno quiere pecar y meterse en vicios y placeres, prefiriendo los goces de esta vida a la vida eterna, que no diga que Dios tiene la culpa de su perdición.

Veamos otro caso diferente18. El año 1968 un joven de 20 años se va de su casa, porque quiere vivir su vida y no tener que obedecer a sus padres, ¡Quería ser feliz! Se fue en busca de aventuras por el mundo. Se dio a toda clase de placeres: licor, drogas, sexo…

Al final, terminó en la cárcel por causa de la droga. Salió de la cárcel y volvió a caer en la droga. En 1986 se sintió mal y le diagnosticaron que tenía sida. El joven era ateo y se desesperaba. Un monje, Umberto Neri, italiano, fue a visitarlo al hospital y lo invitó a pasar sus últimos días en el convento. El joven, para tener un hogar donde morir, aceptó la propuesta.

En el convento todos sabían quién era, pero nadie le decía nada sobre su pasado. Procuraban tratarlo bien. Después de un tiempo, un día gritó delante de todos con emoción: He entendido que Jesús es Dios, porque sólo si Jesús es Dios se explica vuestra vida, vosotros sois pobres y sois felices, sois humildes y sois felices, sois pobres y humildes y me habéis acogido. Fue un momento de emoción y de conversión.

Vivió durante seis años en esa Comunidad de Monteveglio, cerca de Bologna (Italia). Murió en 1992, pero antes de morir dijo: “¡En la Iglesia hay tanto pecado! Antes lo veía de lejos, ahora lo veo de cerca, pero en la Iglesia está Dios, la Iglesia es la cuna de Dios y yo quiero estar en esta Iglesia”.

El día de su muerte, hizo sus votos como monje y murió a los pocos minutos; monje por pocos minutos. Los periódicos hicieron de su muerte una noticia de primera plana: Un monje ha muerto de sida. Y lo ridiculizaban y se divertían con esa noticia, porque muchos periodistas sólo ven lo espectacular, lo pintoresco o lo malo de la noticia. Ninguno de ellos dijo que había muerto convertido de su mala vida y en la paz de Dios.

Pues bien, Dios también quiere darte a ti su paz. Dios quiere sentirse feliz de perdonarte. Vete a confesarte y dile de todo corazón:

Señor, ten compasión de mí que soy un pecador. Gracias, por amarme tanto y haber tenido tanta paciencia conmigo y haberme esperado hasta este momento. Gracias, Señor, dame tu perdón, tu pureza y tu paz. Amén.

Fragmento del Libro “La Alegría de Amardel P. Ángel Peña O.A.R.
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