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Steve
“Mi autoimagen era muy pobre. Pensaba que todos los demás eran más guapos, más ricos, más listos y más rápidos que yo. Entre los doce y trece años comencé la pubertad. No quería empezar a afeitarme, a tener una voz más grave o a ver cómo crecía el pelo alrededor de mi órgano sexual… Me di cuenta de que idealizaba a otros chicos mayores del colegio. Deseaba ser como ellos. Percibía cierta atracción a las chicas. Compré algunos posters y pornografía de mujeres. Mi hermana y mi madre los encontraron y pude oír que decían: Oh no, ¿le atraen sexualmente las mujeres? Tenía miedo a la intimidad con mujeres y evitaba ir más allá del nivel de la amistad con ellas. También me percaté de que comenzaban a atraerme sexualmente otros chicos y hombres jóvenes. Cuando tenía 15 años, me hice amigo de otro chico, necesitado como yo, de mi misma edad. Los dos éramos músicos y comenzamos a pasar tiempo juntos. Lenta, pero firmemente comenzó a seducirme. Un día, tuvimos una relación sexual. El impulso y la necesidad eran demasiado intensos como para negarse. Puedo recordar esa primera vez como si fuera ayer. Comenzamos a tener relaciones sexuales con regularidad. Él compraba pornografía y me la enseñaba. Nuestra relación continuó algunos años.
No tardó en hablarme de lugares en los que los hombres se encontraban para tener relaciones sexuales: baños, parques, bares. Cuando entré en la universidad, seguía siendo el músico tranquilo e intelectual. Pero me convertí en un furioso adicto al sexo y no dejaba de buscar contactos sexuales con varones, a menudo un par de veces por semana. Cuando tenía 19 años, decidí que no quería seguir con aquel estilo de vida y empecé a buscar respuestas. No quería ser homosexual. No quería tener relaciones sexuales con hombres. Algo me faltaba. Escribí a muchas organizaciones diferentes. Entré en contacto con sacerdotes y grupos religiosos y sicológicos. Comencé sesiones de terapia.
Cuando tenía 22 años, me mudé a otra ciudad y, de repente, me encontré solo y sin amigos. De nuevo comencé a repetir mi conducta sexual. Empecé a traer hombres a casa, pensando que, si el sexo no era anónimo, quizá no resultara tan doloroso emocionalmente. Pero busqué más ayuda e inicié un plan intensivo de curación. Acudía a dos grupos de sanación, frecuentaba la terapia y empecé a buscar ayuda de otras personas que se encontraban en distintos tipos de recuperación. Y vino la curación. Pensé que era algo temporal como en otras ocasiones. Pero, esta vez, ¡la libertad duraba! Desde octubre de 1996, he permanecido en una sobriedad sexual. Ahora me estoy dando cuenta de que, en la medida en que mi identifico con mi propia masculinidad, me siento atraído por las mujeres. Por eso, doy testimonio de que es posible curarse. El don de la libertad está disponible para quienes de verdad deseen tomarlo”.
Christian
“Era julio de 1995 y había llegado al final de un camino muy largo. Yo era gay. Tenía un buen trabajo y una vida social. Llevaba más de 20 años casado con una mujer guapa, cariñosa y tenía los mejores hijos que un padre puede desear. Sin embargo, me sentía cada vez más aprisionado por ser un homosexual que pretendía ser heterosexual en un mundo heterosexual al que no pertenecía. Era el momento de declarar mi homosexualidad.
Fue a comienzos de 1980, cuando, después de una función de teatro, le confesé a un amigo que era gay y que me sentía atraído por los hombres. Poco después de esta confesión, me invitó a su apartamento donde me inició en el sexo homosexual. Fue como si me quitara de encima 30 años de peso muerto. Pronto conocí a otros que también estaban más que deseando tener relaciones con el recién llegado al grupo. Pensé estar en el cielo, pero aquello se convirtió rápidamente en un infierno. Me sentía vacío, solo, asustado, falso, culpable, sucio y, sobre todo, embarcado en una dirección que no deseaba.
Vivía una doble vida. Le confesé a mi esposa que era gay. No lo aceptó. Ella no era capaz de ayudarme. Un sicólogo heterosexual trató de ayudarme, pero no tenía las claves necesarias, leí algunos libros y me convencí de que el problema era genético y nada más. Dejé de ir al sicólogo y mi esposa y yo hicimos, como si el problema hubiera desaparecido, pero yo me odiaba a mí mismo. Hacia 1985, yo había dejado de mantener relaciones homosexuales. Sin embargo, mi vida sexual y la de mi esposa eran una ruina. Odiaba el sexo con mi mujer… De nuevo, comencé a tener relaciones sexuales con hombres. Se convirtió en una adicción y en una solución efímera. Podía pasar meses sin que tuviera contactos sexuales con hombres, pero, si me sucedía algo estresante, huía hacia un encuentro homosexual. Me daba cuenta de que estaba buscando al hombre perfecto. Con el paso de los años, me di cuenta de que se trataba de una fantasía que nunca se haría realidad.
Situémonos ahora de nuevo en julio de 1995. Mi ansiedad estaba a punto de explotar. Mi esposa me aconsejó ir a ver a Richard Cohen. Cuando comenzó la primera sesión de terapia, yo era un individuo oscuro y roto… Comencé a darme cuenta de los hechos de mi infancia y cómo abusaron de mí unos quinceañeros que me cuidaban y me sacaban a pasear. Esto me ayudó a ir eliminando algunas capas de lo que yo había interpretado como ser gay. Y así comenzó la terapia que cambió mi vida. Durante dos años acudí a terapia individual hasta dos veces por semana. Al final de este período, estaba viviendo una vida maravillosa y productiva con mi mujer, mis hijos y mis amigos. Mi oscuridad y ansiedad habían desaparecido completamente. Ahora disfruto verdaderamente de las relaciones sexuales con mi mujer.
No tengo sentimientos homo emocionales hacia los hombres. No soy y nunca fui gay. Tenía sentimientos adictivos homo emocionales hacia los hombres. Me siento fenomenal porque se me ha dado la oportunidad de elegir. Elegí cambiar y es posible. Siento que he vuelto a nacer. Ahora tengo a Dios, a mi esposa, a mis dos hijos y grandes esperanzas en lo que la vida me depara cada día”.
Mark
“Mi niñez transcurrió en un país del Este de Europa, que había sido comunista durante décadas. Desde que puedo acordarme, siempre había sentido algo extraño hacia los hombres, un sentimiento que me inquietaba y me confundía. En sueños y, cuando estaba solo, siempre anhelaba al mismo tiempo que temía, la intimidad con otros hombres. A temprana edad comencé a darme placer a mí mismo, porque me hacía sentir bien. Más adelante, le enseñé a mi hermano y, después, lo hacíamos juntos. Por un instante me sentía bien, pero después me encontraba mucho peor. En la adolescencia se convirtió en una especie de adicción. Cuando cumplí los 13 años, sólo pensaba en que otro hombre tuviera relaciones sexuales conmigo. No estaba preocupado por nada más. Ninguna otra cosa me resultaba interesante. No podía estudiar. No podía tener amigos. Las relaciones homosexuales estaban prohibidas y el temor de ir a la cárcel o a que mi padre perdiera el trabajo, me impedían pasar a la acción, sólo tenía relaciones sexuales con mi hermano.
Cuando cumplí los veinte años, ya había caído el régimen comunista y decidí pasar a la acción. Tuve un par de relaciones homosexuales. Se desataron todas las emociones acumuladas durante años y todas mis fantasías tomaron forma. Yo era un caos. Me di cuenta de que aquello no era lo que yo quería y de que el amor que buscaba no estaba allí. Salí con una chica, pensando que así me convertiría en heterosexual, pero tampoco funcionó. Me costó darme cuenta de que era muy infeliz, de que mi vida era un desastre y de que quería que las cosas cambiaran. No tenía a nadie a quien contarle mi combate, a nadie con quien compartir mi dolor. Llegué a pedir ayuda a Dios, algo totalmente desacostumbrado en mí. Y me dije a mí mismo que, si había algo en cualquier parte del mundo que me pudiera ayudar, lo encontraría. Oí entonces hablar de la fundación de Richard en la que decían que era posible la curación de la homosexualidad.
Tardé más de dos años en poder ir a Estados Unidos y ponerme en manos de Richard. La primera batalla fue aumentar mi autoestima. Nos veíamos dos veces por semana. Durante dos años acudí a la cita y comencé a hacer amigos, sobre todo, en el grupo de apoyo. Me sentía muy aliviado, pero todavía seguía luchando con los sentimientos homosexuales. Hasta que me sumergí en la parte herida que estaba en el centro de mi ser. Pude ver a aquel niño pequeño en el vestuario, indefenso y terriblemente asustado. Allí no había nadie que lo protegiera y lo salvara de la amenaza que tenía enfrente: el hombre desnudo. Me liberé del pánico, del temor y de la rabia que sentí entonces. Sentí dolor por aquel niño inocente, que era yo, y por su sufrimiento. Dejé pasar aquella experiencia horrible y, cuando volví a la habitación, me sentí libre por primera vez. Fue como volver a nacer. Nunca más volví a sentir aquel dolor en el pecho.
En cuanto las heridas internas comenzaron a curarse, los sentimientos homosexuales desaparecieron. Durante las semanas siguientes, fui sintiendo progresivamente el cambio. La paz y la felicidad habían nacido en mí. Todos los demás aspectos de mi vida se fueron ordenando. Ya han pasado más de dos años desde aquel día y me he convertido en la persona que aspiraba a ser. Me casé y estoy deseando afrontar los retos de la paternidad. Estoy contento de mí mismo. Ahora amo y soy profundamente amado. La vida es bella”
Bonnie
“No recuerdo qué edad tenía cuando me di cuenta por primera vez de que no me sentía a gusto siendo una chica. Tenía un hermano cinco años mayor que yo y otro que sólo me sacaba 14 meses. Me añadí a mis hermanos y me fui volviendo un chicazo. Cuando tenía tres años, mi mundo cambió. Sufrí traumas que había de reprimir durante 30 años. Mi abuelo materno murió tres días después de mi tercer cumpleaños. Apenas lo recuerdo ni lo recuerdo a él. En su terrible dolor, mi madre se alejó de mí. Me volví solitaria.
Conforme se acercaba la pubertad, de algún modo me sentía atraída hacia los varones, mientras que, al mismo tiempo, sentía un interés desordenado hacia mis amigas. Había una hacia la que me sentía especialmente atraída. Aquello me parecía anormal, así que nunca le conté lo que sentía. Tenía mucho miedo. Al desear estar con ella, lo que buscaba era su afecto. Una noche, que dormí en su casa, me aproveché de la situación y la toqué mientras dormía. Fue electrizante, pero me dejó un sentimiento de culpa.
Cuando comencé el bachillerato, seguía sintiéndome atraída por los chicos, pero yo no los atraía. Mi primer amor fue una chica más joven. Era solitaria y sus compañeras la dejaban de lado. Un día, mientras dormía en su casa, tuve un intenso deseo de tener relaciones sexuales con ella. Antes de que mis sentimientos llegaran a expresarse físicamente, ella y su familia se marcharon a otra ciudad. Pero yo sentía necesidad de amor e intimidad con una mujer. En mi segundo año, conocí a una chica que estaba necesitada de amistad. Percibí que no me rechazaría. Parecía un alma desesperada, que haría cualquier cosa para obtener amor. No opuso resistencia a mis intenciones. Al principio no quería, pero conforme íbamos compartiendo nuestras vidas y nuestros cuerpos, nos íbamos haciendo más dependientes la una de la otra.
Cuando comencé la universidad, vivía a kilómetros de distancia de mi amante. Varias veces intenté acabar con nuestra relación, pero no pude. Aunque era inmoral y socialmente inaceptable, no estaba preparada para abandonarla. Llegué a considerar el suicidio. En una iglesia católica, en enero de 1973, reté a Dios para que hiciera algo con mi arruinada vida. No sabía lo que quería ni tenía idea de qué hacer. No podía cambiar mi identidad ni mis sentimientos. Me sentía inaceptable ante Él. Si Él no actuaba, acabaría con mi vida. Me arrodillé ante el altar y, cuando me incorporé, algo había cambiado. Sentí paz.
Desde entonces, tuve muy pocos encuentros homosexuales. Seguí creciendo en la fe y mi relación con Dios se fortaleció. En mi último año de universidad, conocí al hombre que hoy es mi marido. No le hablé de mi lucha interior ni de mi pasado. Nos casamos y dejé la homosexualidad, o al menos eso pensaba. Nuestro matrimonio iba bien, pero mis pensamientos homosexuales no desaparecían… Después de 16 años, conocí a una compañera de trabajo y me sentí intensamente atraída hacia ella. Pensé que me estaba enamorando. Le declaré lo que sentía y ambas lloramos. Me dijo que no estaba enamorada de mí. Fue muy humillante. Me sentí muy herida y deprimida. No podía seguir ocultando mis problemas a mi marido. Necesitaba ayuda. Gracias a Dios, él no me dejó ni se enfureció. Como no había habido una relación sexual, le fue más fácil perdonarme. Fui a un terapeuta y me hizo ver la conexión entre mi madre y mi lesbianismo. También le conté la experiencia que sucedió entre mi madre y yo, cuando yo tenía ocho años. Tuve que admitir que mi propia madre había abusado de mí. Nada podía ser peor que aquello.
Fortalecí mi autoestima. El testimonio de una ex-lesbiana me ayudó mucho y me dio esperanzas. Ahora soy más afectuosa con las mujeres y las abrazo sin miedo. Mi fe está madurando y mi corazón está más abierto. Mi matrimonio ha mejorado. Me siento más a gusto con mi identidad de mujer. En mí hay esperanza. Dios me recrea a su imagen”.
Wendy
“Durante mi último año de secundaria, mis sentimientos homosexuales estallaron incontrolablemente. Me di cuenta de que una profesora de la que estaba enamorada era bisexual. Arreglé una cita para almorzar con ella y terminó comprándome una novela lesbiana de ficción para ayudarme. Después comencé a ver a una consejera lesbiana. Ella no hizo sino confirmar mis sentimientos. Después fui a ver a una sicóloga y ella me empujó dentro del estilo de vida lesbiana, diciéndome que era normal.
En medio de esto conocí a un hombre que me interesó. Él era todo lo que yo podría haber buscado en un novio, pero tuve que terminar con él después de tres meses, porque los sentimientos homosexuales continuaban en mí. Esto me empujó aún más dentro del estilo de vida lesbiano. Ante mi hermana, justificaba mi modo de vida, porque así podía divertirme sin el miedo a quedar embarazada.
Mi familia me dio un ultimátum: Deja la vida gay o múdate. Pero una de mis hermanas mayores me aconsejó que esperara seis meses. Me dijo que podía confiar en ella.
Lloré todo ese día. Me encontraba con un gran desorden emocional y sabía que tenía un camino difícil por delante. Más tarde me enteré de que mi hermana había estado orando por mí. Los siguientes seis meses ciertamente no fueron fáciles, pero un nuevo mundo se abrió ante mí. Mi literatura gay fue reemplazada por literatura religiosa. Empecé a asistir regularmente a reuniones de oración y leí la Biblia. Decidí escuchar la radio cristiana y ver la televisión católica. También empecé a asistir a grupos de apoyo espiritual. Pero había noches en que extrañaba a mi novia y estuve a punto de ceder. Doy gracias a Dios que me salvó en el momento exacto antes de que ella se volviera mi amante. Después empecé a rezar el rosario todos los días, a ir a misa cada día y a pasar tiempo con Jesús en el Santísimo Sacramento, tan a menudo como me era posible. Mis tentaciones homosexuales se fueron debilitando. Los sentimientos heterosexuales empezaron a crecer y quizás un día pueda unirme en matrimonio al hombre que conocí hace más de tres años y a quien le hablé de mi pasado. Pero lo importante es que por ahora tengo un compromiso de castidad con Cristo”.
Charlene Cothran
Durante 13 años fue activista en favor de los derechos de la Comunidad gay afroamericana en Estados Unidos a través de su revista Venus. Era lesbiana y ha manifestado públicamente que se ha convertido y ha dejado su vida de lesbiana para entregarse por completo a Jesucristo. Desde el año 2007 la revista Venus ha cambiado su orientación y es una revista en pro del movimiento de ex–homosexuales.
Ella dice: Como directora de una publicación que llega a la comunidad negra de homosexuales, tuve la oportunidad de publicar un discurso para cientos, de influenciar a la gente para salir del closet y defenderse a sí mismos, lo que es particularmente difícil en la comunidad afroamericana. Pero ahora, debo salir del closet otra vez. He experimentado recientemente el poder de cambio que viene cuando uno se rinde completamente a las enseñanzas de Jesucristo. Como creyente de la palabra de Dios, acepto y siempre supe que las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo no son lo que Dios quiere de nosotros.
Michael Glatze
Famoso activista gay, que a sus 22 años, era ya director de la revista Young gay America (America joven gay). Ha publicado el 2007 el testimonio de su conversión en worldnetdaily.
Se dio cuenta de sus sentimientos homosexuales, cuando tenía 14 años. A los 20 años se declaró homosexual en público y como activista gay defendió los derechos de los homosexuales. Recibió numerosos premios y reconocimientos, incluso el Premio del modelo nacional a imitar del Foro de Igualdad de la principal organización de derechos homosexuales. Tuvo presentaciones en distintos canales de televisión y menciones en un tema de portada en la revista TIME, titulado la batalla de los gays adolescentes.
Él nos dice: La homosexualidad ejercida en mentes jóvenes es, por su misma naturaleza, pornográfica. Destruye mentes impresionables y confunde su sexualidad, cuando ésta se está desarrollando. Me di cuenta de todo esto, cuando tuve 30 años, a raíz de una enfermedad conseguida por mi estilo de vida gay. Siento fuertemente que Dios me ha puesto en este mundo por una razón. Incluso, en los días más oscuros de fiestas hasta altas horas de la noche con abuso de sustancias y cosas dañinas, había siempre una voz allí. Yo no sabía cómo llamarla, pero me decía: Detente.
Ahora reconozco que la homosexualidad nos impide encontrar nuestro auténtico yo interior. No podemos ver la verdad, cuando estamos cegados por la homosexualidad. Creemos que la lujuria no sólo es aceptable, sino que es una cosa buena. Ahora puedo llamar a los deseos homosexuales por su verdadero nombre: lujuria. Por supuesto que no es fácil sanar las heridas causadas por la homosexualidad. No encuentras apoyo. Si buscas ayuda, no recibes más que silencio, humillaciones y hasta te ridiculizan. En mi experiencia, salir de la influencia de la mentalidad homosexual, fue la experiencia más liberadora, hermosa y asombrosa que he tenido en toda mi vida.
Joseph
“Nací en Europa, donde viví durante más de veinte años. Fui un niño muy sensible y, por eso, la confrontación con la realidad me resultó mucho mas difícil que a otros. No puedo recordar exactamente cuándo comencé a sentirme atraído por otros chicos. Sin embargo, hace algunos años descubrí que mi tío había abusado sexualmente de mí. Cuando tenía tres y cinco años pasaba mucho tiempo con él. Cuando evoqué por primera vez estos recuerdos, me sentí horrorizado al recordar los auténticos hechos que una vez tuvieron lugar. Lo más doloroso e intenso fue recordar los sentimientos conectados con el abuso… Después, tuve contactos sexuales con algunos de mis amigos de escuela. Nos masturbábamos y practicábamos el sexo oral unos con otros, y me empezó a gustar. Por aquel tiempo, encontré revistas pornográficas que guardaba mi padre y la masturbación empezó a convertirse, cada vez más, en un amigo dentro de la solitaria vida de mi casa.
Nunca llegué a comprender por qué me sentía atraído por los chicos y los hombres. Me parecía que era una de las cargas más pesadas de mi vida, ya que también me gustaba estar con mujeres y no tenía duda de que quería formar una familia… Pero comencé a tener encuentros sexuales con hombres en parques y en baños públicos. Aunque no lo hacía muy a menudo, pensaba que aquello podía calmar mi necesidad de intimidad con varones. No tardé mucho en darme cuenta de lo terrible que era todo aquello. Intenté evitar aquellos encuentros. En parte lo conseguí, porque me apoyaba cada vez más en la masturbación para calmar mis necesidades de intimidad masculina, usando pornografía gay.
Por aquel tiempo conocí a la que iba a ser mi mujer y, desde el principio, le hablé de mi atracción hacia los hombres. Ella me dijo: Juntos lo superaremos. Me acompañó a los Estados Unidos, me puse en terapia y me uní a un grupo de apoyo. Descubrí a mi niño interior y eso me ayudó enormemente a curar las heridas de mi pasado. Hoy me doy cuenta de que he recorrido un largo camino. Me siento muy bien y estoy agradecido a los que me abrieron paso para este tipo de transición personal. Ahora soy feliz con mi esposa y esperamos nuestro primer hijo”.
David Morrison
“Fui activista homosexual y ahora soy católico comprometido en vivir mi castidad. Tenía un amante con quien había vivido cinco años, un condominio en un área metropolitana grande, un trabajo satisfactorio y una vida religiosa como episcopal, que constituía todo un tesoro para mí. ¿Qué más podía desear? Sin embargo, cuando oraba o reflexionaba calladamente, me daba cuenta de que algo andaba mal. Poco a poco, comencé a comprender que mi sexualidad no era algo de lo que yo era dueño, sino que Dios era en realidad su dueño. Después de muchos meses de indecisión, ya no pude continuar siendo deshonesto. A la luz de las Escrituras y de la tradición de la Iglesia, tuve que admitir que Dios exigía de mí lo mismo que exige de todo cristiano que no está casado: una vida casta. Así que abandoné todo lo que hasta ese punto había considerado importante para mí. Si Cristo me estaba pidiendo que viviera la castidad, yo tenía que decidirme a hacerlo. Todo lo demás y todas las personas las puse en sus manos. A partir de ese momento, recorrí rápidamente el camino hacia la conversión y la aceptación de la fe católica.
Al principio, tuve mis dudas porque nadie en mi familia era católico. Algunos hasta eran anticatólicos y todavía lo son. Sin embargo, la verdad que descubrí no me permitió demorarme más y entré en la Iglesia el día de Pascua de 1993.
Ahora tengo esperanza de que muchos obispos, sacerdotes, religiosas y laicos conozcan y apoyen el poderoso ministerio del padre John Harvey y su organización Courage (Coraje) para ayudar a miles de personas homosexuales que desean dejar su vida gay y están luchando en privado contra su inclinación homosexual”.
Jim B. y otros
“Tuve una relación homosexual con Leo durante 21 años, cosa extraordinaria entre nosotros. Yo era pastor de una iglesia cristiana de gays. Durante el mes de mayo de 1988, mi compañero Leo estaba agonizando; él tenía 80 años y yo 50. Un día, yo rezaba por él y me vino a la mente la oración de mi infancia Acordaos de San Bernardo. Recité casi toda la oración, pero me olvidé del final. Después de un rato recordé sin esfuerzo: Madre de Dios, no deseches mis humildes súplicas antes bien escuchadlas y acogedlas favorablemente. Amén.
Había vivido muchos años alejado de María y de la Iglesia católica. Esa noche encontré mi rosario y comencé mi viaje de regreso a casa. Era el 13 de mayo, aniversario de la primera aparición de la Virgen en Fátima.
Leo también decidió convertirse a la fe de su infancia y recibió el sacramento de la unción de los enfermos. En la tarde del 31 de mayo, fiesta de la Visitación, Leo murió. En el camino a casa tuve que esperar un rato en un semáforo y una vocecita calmada me dijo: Jim, estás libre. Ahora puedes hacer cualquier cosa. Al día siguiente, me confesé después de 23 años. Fue un momento emocionante para mí. Había perdido a mi mejor amigo, pero había recuperado mi tesoro perdido: la Iglesia católica. Cristo me trajo de vuelta a la fe católica por medio de su Madre, y estoy muy agradecido”.
El padre Jorge Córdova cuenta que en cierta ciudad de México se le acercó un muchacho y le dijo:
– Padre, soy homosexual, vivo con otro homosexual como marido y mujer; he ido a muchos médicos, sicólogos, siquiatras, programas de rehabilitación y no puedo salir de esto, aunque sí me gustaría.
El padre Jorge le dijo:
– Mira, quiero hacerte una propuesta sencilla. Vas a ir todos los días a una iglesia y vas a estar un cuarto de hora por lo menos delante de Jesús Eucaristía, pidiéndole que te inunde de su amor y que te cambie. El secreto está en hacerlo todos los días. Pide a Jesús que sane tu área sexual. Esto lo vas a hacer durante un mes. Después vienes a verme.
Antes de un mes, vino a verme y me dijo: “Padre, ¡no lo va a creer! Ya no estoy viviendo con mi pareja, no me pregunte cómo; pero, a pesar de que hasta materialmente estábamos muy unidos, ya todo se acabó”… A los pocos meses tuve más noticias de él. Me dijo: “Padre, no lo va a creer; pero ya no me gustan los hombres, ahora me gustan las mujeres, cosa que antes ni caso les hacía”… Le animé a que siguiera cada día con sus visitas a Jesús sacramentado. Y, después de unos meses, me dijo que estaba de novio y, al año, más o menos, se casó. Ahora tienen un hija y una familia preciosa para gloria de Dios.
El poder de la presencia viva y real de Jesús en la Eucaristía es realmente fabulosa. Jesús puede curar cualquier enfermedad del cuerpo o del alma. Por eso, decía el religioso y escritor italiano Carlo Carretto: En los casos graves de toxicómanos, homosexuales, drogadictos, alcohólicos, etc., he llegado a tener tanta fe en la fuerza transformadora de la oración ante Jesús Eucaristía que les digo con firmeza: Ten fe; si quieres sanar, haz la cura del Sol. Sí, Jesús es el Sol divino, que bajó a devolver la salud a la tierra con el poder sobrenatural de la Eucaristía.
Si quieres sanar, ponte diariamente, durante un año, en oración, en una capilla solitaria, mejor, delante del Santísimo Sacramento expuesto, y quédate allí en actitud de pobre repitiendo: “Jesús, ten misericordia de mí que soy un pobre pecador”. Hazte guiar por un buen sacerdote. Aprovecha ese tiempo para estudiar la Biblia; pero, sobre todo, ponte ante el Sol divino; deja que la vecindad de Cristo te penetre dentro, allí donde anida la podredumbre, donde está la llaga.
Normalmente, las curaciones han ocurrido antes del tiempo previsto. Alguno tal vez sonría, cosa natural para quien desconoce el poder de Cristo, pero yo os aseguro que la dificultad en realizar esos milagros de curación no depende tanto del poder de Jesús que es soberano, sino que depende casi siempre de la falta de fe en la curación, o incluso de no dejarse curar.
Fragmento del Libro “Homosexuales Liberados” del P. Ángel Peña O.A.R.
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