En la homilía de la misa matutina en la casa Santa Marta, el Papa Francisco recuerda que cuando se insulta se quita al otro el derecho a la dignidad. Jesús nos pide que nos reconciliemos: “si no insultamos, dejamos crecer a los otros”
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Cuando insulto, quizás incluso en el automóvil a la hora de punta, pero más a menudo por envidia, inicio a matar al otro, le quito el derecho de ser respetable, mato su futuro. La reconciliación que nos pide Jesús es radical, respetar la dignidad del otro y también la mía: lo expresó el Papa Francisco en la homilía de la Misa en la Casa Santa Marta esta mañana, comentando el Evangelio de Mateo sobre el discurso de Jesús sobre la justicia, el insulto y la reconciliación.
Ponerse de acuerdo con el adversario.
“Ponte rápido de acuerdo con tu adversario” para que no te entregue al juez “y el juez a la guardia y tú seas metido en prisión”. La invitación de Jesús a los discípulos, comenta el Papa, es “la sabiduría humana: siempre es mejor un mal acuerdo que un buen juicio”. Para hacer entender bien su enseñanza sobre la relación de amor, de caridad con nuestros hermanos, el Señor usa “un ejemplo de todos los días”. Pero después “va más allá y explica el problema de los insultos”.
El insulto es descalificar al otro.
Son insultos anticuados, aquellos citados por Jesús, sonríe Francisco. “Nosotros tenemos una lista de insultos más floridos, más folclóricos, más coloridos”. Y es duro porque al “no matar” de los Mandamientos agrega: “todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal”. Decir al hermano “estúpido” o “loco” lleva a la condena. “El Señor dice: “El insulto no termina en sí mismo, es una puerta que se abre, es comenzar un camino que terminará matando” – precisa el Papa. Porque el insulto “es el comienzo del matar, es un descalificar al otro, quitarle el derecho de ser respetable y dejarlo de lado, es matarlo en la sociedad”.
Quien es insultado no tiene más derecho a la palabra.
El Papa se refiere a nosotros, que estamos “acostumbrados a respirar el aire de los insultos”. Basta “conducir el automóvil durante la hora de punta. Allí hay un carnaval de insultos. Y la gente es creativa para insultar”. Y los pequeños insultos, “que por casualidad se dicen a la hora de punta mientras conducimos el auto, se transforman después en grandes insultos”. Y el insulto cancela el derecho de una persona. “No, no lo escuches”. “Es la lápida. Esta persona no tiene más derecho a hablar”, ha sido cancelada su voz.
El insulto nace de la envidia que me amenaza.
El insulto es tan peligroso, explica el Papa, “porque tantas veces nace de la envidia”. Cuando una persona tiene una minusvalía, mental o física, no me amenaza, y no tenemos ganas de insultarla.
Pero cuando una persona hace algo que no gusta, yo la insulto y la hago pasar como “discapacitada”: discapacitada mental, discapacitada social, discapacitada familiar, sin capacidad de integración… Y por esto mata: mata el futuro de una persona, mata el recorrido de una persona. Es la envidia que abre la puerta, porque cuando una persona tiene algo que me amenaza, la envidia me lleva a insultarla. Casi siempre hay envidia allí.
Tanta gente verde de envidia.
El Libro de la Sabiduría, agrega el Santo Padre, “nos dice que por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo. Es la envidia que lleva a la muerte”. Si decimos “yo no tengo envidia de nadie”, pensémoslo bien: “aquella envidia está escondida y cuando no está escondida, es fuerte, es capaz de hacerte poner amarillo, verde, como hace el líquido biliar cuando estás enfermo”. Gente con el alma amarilla, con el alma verde por la envidia que los lleva al insulto, los lleva a destruir al otro. Pero Jesús detiene este recorrido – subraya finalmente Francisco: “No, esto no se hace”, al punto que si vas a rezar, vas a Misa y te das cuenta que uno de tus hermanos tiene algo en contra tuyo, ve a reconciliarte.
Reconciliación es pasar de la envidia a la amistad.
Jesús es tan radical. La reconciliación no es una actitud de buenas maneras, no: es una actitud radical, es una actitud que busca respetar la dignidad del otro y también la mía. Del insulto a la reconciliación, de la envidia a la amistad: éste es el camino que nos indica Jesús hoy.
Si no insultamos, dejamos crecer a los demás.
Hoy nos hará bien pensar, concluye el Papa: “¿Yo cómo insulto?” “¿Yo cuándo insulto?”
¿Cuándo separo mi corazón del otro con un insulto? Y ver si allí está aquella raíz amarga de la envidia que me lleva a querer destruir al otro para evitar la competición, la rivalidad, estas cosas. No es fácil esto. Pero pensemos: ¡qué hermoso no insultar jamás! Es bello, porque así dejamos crecer a los demás. Que el Señor no dé esta gracia.