Una asignatura pendiente
Sin duda, el reclamo de Lutero a favor de la primacía de la Palabra de Dios en orden a todo el quehacer eclesial, tenía su razón de ser. Lástima que factores extraños intervinieron de forma tal que se llegó a la ruptura, con las consecuencias que todos conocemos.
Pero ya pasaron muchos años desde aquellos acontecimientos tan lamentables. Por lo tanto, ya es tiempo de superar esta situación, empezando a ver las cosas con serenidad y sin apasionamiento. Pues bien, en esta perspectiva, ¿qué estamos esperando para poner la Biblia en el lugar que le corresponde en la vida de la Iglesia y de todo creyente?
Hoy en día, ¿qué sentido tiene la disyuntiva “Biblia o catecismo”, “la Biblia para los protestantes y el catecismo para los católicos”?
Ecumenismo y proselitismo religioso
Dos actitudes diferentes ante el problema de la división entre los discípulos de Cristo: el ecumenismo tratando de curar la herida y el proselitismo religioso luchando para profundizarla más, creando cada día más divisiones.
De todos modos, en los dos casos, una cosa es cierta: sin Biblia, el católico se siente perdido y no puede ni dialogar con los primeros ni defenderse de los segundos. Entonces me pregunto: ¿Qué estamos esperando para que se haga de la Biblia el libro de todo católico, para sacarlo del estado de postración en que se encuentra actualmente ante la altanería de la competencia y al mismo tiempo para ayudarlo a crecer en su autoestima?
Vivencia de la fe
Lo mismo vale con relación a la vivencia de la fe en toda su riqueza. Es natural que, faltando el apoyo de la Revelación pública, se recurra a las revelaciones privadas, con todos los riesgos que conllevan. Faltando el camino real, por todos lados surgen veredas y vereditas, puesto que de por sí el hombre a solas no se siente seguro en su caminar hacia Dios y por lo tanto anhela con ansia una palabra que venga de lo alto.
Religiosidad popular, devociones populares… En el fondo, ¿de qué se trata? De eufemismos para disfrazar un vacío en la vivencia de la fe de parte de nuestras masas católicas y al mismo tiempo de un invento para descargar sobre ellas mismas toda responsabilidad, pensando: “Así es nuestro pueblo. ¿Qué le podemos hacer?”
Me pregunto: ¿Acaso no llegó el momento de cerrar un capítulo y empezar a escribir uno nuevo, en que todo se haga a la luz de la Palabra de Dios? ¿Qué es eso de lavarse las manos, echándole la culpa a la ignorancia del pueblo? ¿Quién tiene la responsabilidad de educarlo en la fe? ¿Acaso no dijo Jesús: “Vayan por todo el mundo y prediquen mi Evangelio a toda creatura” (Mc 16, 15), empezando por las ovejas descarriadas (Mt 10, 6) del mismo Pueblo de Dios?
Biblia para todos, Biblia para todo
Se oye decir: “El católico de por sí es flojo. Aunque se le ofrezcan distintas oportunidades para acercarse a la Biblia, no acepta y prefiere el camino más fácil de sus santitos”. Falso. Todo depende de cómo se le presenta la Palabra de Dios. Si se le presenta como una añadidura a lo que de por sí es la vida cristiana, claro que no le interesa. Pero, ¿qué tal si, dentro de la Iglesia, se cambia radicalmente el sistema de transmisión de la fe, haciéndolo totalmente apegado a la Biblia (Biblia en la catequesis presacramental, Biblia en la religiosidad popular y Biblia en la liturgia)? Claro que le va a interesar a la gente y le va a gustar.
Ciertamente contra la opinión de los expertos: que es anti litúrgico, que no hay que interferir en la religiosidad popular, que los niños y el pueblo en general no pueden entender la Biblia correctamente, etc. Puros pretextos. Lo que pasa es que no se quiere el cambio. ¿Por qué? Quién sabe.
¡Qué bueno que al mismo tiempo no faltan signos esperanzadores! De hecho, no faltan expertos y pastores, decididos al cambio y poco a poco la Palabra de Dios está entrando en todo el tejido eclesial. Gracias sean dadas a Dios, por permitirnos saborear desde ahora algo de lo que será la Iglesia del futuro, una Iglesia totalmente permeada por la Palabra de Dios, como en los primeros siglos de la Iglesia.
¿Y los documentos de la Iglesia?
Al servicio de la Palabra de Dios. De hecho, empezando por el catecismo, nos dan el sentido, no el sabor ni la fuerza de la Palabra de Dios. Por eso, nunca podrán sustituirla; hacerla comprender más, eso sí; pero nunca ponerse en su lugar.
Como se ve, una grande tarea nos espera a todos, en un esfuerzo constante por poner al día a la Iglesia para que esté en grado de vivir la fe con más intensidad y pureza y al mismo tiempo esté mejor equipada para transmitirla con eficacia.
Los poderes del infierno
Es inútil hacernos ilusiones: el demonio con sus aliados no descansa. Se trata de una lucha sin cuartel y sin tregua. Depende de nosotros tomar conciencia de esta realidad y estar siempre alerta para no dejarnos sorprender y enredar en sus trampas.
Por lo tanto, el primer gran error, que podemos cometer, consiste en bajar la guardia, pensando que posiblemente el demonio o no existe o no es tan malo como lo pintan. Un error no tan hipotético como se pudiera imaginar. De ahí las burlas y los ataques en contra de los que tratan de concientizar a los creyentes acerca de este peligro.
Se trata de la primera forma de martirio, al interior de la misma comunidad cristiana, por querer ser fieles al dato revelado y no dejarse absorber por el espíritu del mundo, que trata siempre de aplanarlo todo, dejando cancha libre al enemigo.