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Ay hijos míos, por un pecado que tal vez durará un solo momento, un castigo que durará toda una eternidad. Lo más terrible de ese pecado es que cuanto más domina al hombre, menos culpable se cree este del mismo: en efecto jamás el orgulloso querrá convencerse de que lo es, ni jamás reconocerá de que no anda bien, todo cuanto hace y todo cuanto habla está bien hecho y bien dicho…
En efecto, hijos míos, aunque tuvieses todas las demás virtudes, si os faltase la humildad, nada tendríais. Abandonad toda vuestra fortuna a los pobres, llorad los pecados durante todas vuestra vida, someteos a todas las penitencias que vuestro cuerpo pueda soportar, pasad lo años de vuestra existencia en el desierto, pero si no tenéis humildad habréis de condenaros…
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