1. «El Señor está conmigo, como fuerte soldado» Jeremías 20 10. El profeta Jeremías ha sido elegido y enviado por Dios para anunciar su palabra, por eso sus enemigos le persiguen a muerte, pero él confía en el Señor que le ha enviado y está seguro en medio de sus persecuciones, de que Dios lo librará de las manos de los impíos. ¡Y no podía callar! Pero tampoco se le ahorraba el sufrimiento, el dolor y la angustia, y las noches sin dormir.
2. Jeremías puede decir con el salmista: «Por ti he aguantado afrentas. Soy un extraño para mis hermanos, porque me devora el celo de tu templo y caen sobre mí las afrentas con que te afrentan» Salmo 68. Si te quisiera menos, no sufriría tanto, mi vida sería más tranquila. Si no buscara tu gloria con tanto ardor, no me arrinconarían, sino que me darían honores; como te soy fiel, si te han perseguido a ti, ¿cómo no van a perseguir a los que te son fieles y te siguen? Me siento extraño en mi propia patria, porque los hombres sólo consideran y honran a los que están a su nivel; lo que se sale de lo normal se considera raro y como que deja al descubierto a los arribistas y a los trepas, a los que buscan las glorias del mundo y se sirven de Dios para encumbrarse. Pero los que buscáis a Dios, viviréis, porque él os protegerá y os defenderá, porque, aunque tarde, escucha a los pobres y su bondad se compadece de los humildes. Poned los ojos en el Señor los humildes y humillados, los preteridos y postergados, El colmará vuestra medida con dones mejores que os llenarán de alegría y de felicidad.
3. También los discípulos de Jesús son enviados a predicar el evangelio y a transmitir lo que ellos han escuchado en su grupo reducido y privilegiado «de noche y al oído, gritándolo desde la azotea». Jesús utiliza la imagen que ofrecía el ministro de la sinagoga los viernes por la tarde cuando, desde el tejado más alto del pueblo, tocaba la trompeta para anunciar el día del sábado y su descanso. El evangelio ha de ser anunciado así, como en la plaza de Colón de Madrid, en la de San Pedro en Roma, y en tantas plazas del orbe, lo ha anunciado Juan Pablo II, sin miedo, con fuerte presencia dee ánimo y con valentía. El evangelio ha de ser proclamado desde todas las azoteas, incluso de ésta nueva, singular, atractiva y moderna, multiplicadora y colosal, cada día más. La historia de la evangelización no es sólo una cuestión de expansión geográfica, ya que la Iglesia también ha tenido que cruzar muchos umbrales culturales, cada uno de los cuales ha requerido nuevas energías e imaginación para proclamar el único Evangelio de Jesucristo. La era de los grandes descubrimientos, – ha dicho Juan Pablo II- el Renacimiento y la invención de la imprenta, la Revolución industrial y el nacimiento del mundo moderno fueron momentos críticos, que exigieron nuevas formas de evangelización. Ahora, con la revolución de las comunicaciones y la información en plena transformación, la Iglesia se encuentra indudablemente ante otro camino decisivo. Por tanto, es conveniente que reflexionemos en el tema: «Internet: un nuevo foro para la proclamación del Evangelio».
3. Internet es ciertamente un nuevo «foro», entendido en el sentido romano de lugar público donde se trataba de política y negocios, se cumplían los deberes religiosos, se desarrollaba gran parte de la vida social de la ciudad, y se manifestaba lo mejor y lo peor de la naturaleza humana. Era un lugar de la ciudad muy concurrido y animado, que además de reflejar la cultura del ambiente, creaba una cultura propia. Esto mismo sucede con el ciberespacio, que es una nueva frontera que se abre al inicio de este nuevo milenio. Como en las nuevas fronteras de otros tiempos, también ésta entraña peligros y promesas, con el mismo sentido de aventura que caracterizó otros grandes períodos de cambio. Para la Iglesia, el nuevo mundo del ciberespacio es una llamada a la gran aventura de usar su potencial para proclamar el mensaje evangélico. Este desafío está en el centro de lo que significa seguir el mandato del Señor de «remar mar adentro»: «Duc in altum» (Lc 5, 4).
4. Pero, sobre todo, el evangelio ha de ser anunciado encarnado en la propia vida y anunciado boca a boca, como fue anunciado por los primeros cristianos, que convencían por su vida y por su tenacidad en la propagación, tanto en el palacio del emperador, como en los gimnasios y en las tahonas de Roma, o entre los presos en las cárceles. Con ello no hacían más que imitar lo que hizo Jesús: «Coepit facere et docere”. “Comenzó a hacer y a enseñar”. Primero hacer, después, enseñar.
5. «No tengáis miedo a los que os pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma» Mateo 10,26. Sólo debéis tener miedo al pecado que os puede llevar al infierno, separación de Dios, fracaso total, desengaño eterno. Ya hace tiempo que se viene omitiendo sistemáticamente y culpablemente la predicación sobre el infierno, arrastrados por la corriente que no lo quiere ni oír mencionar. “El infierno son los otros”, dijo Sastre. Y se cree llenar esa laguna con la realidad de los infiernos que pueden crear los hombres.
En verdad que los hombres pueden ser creadores de infiernos terribles, Auschwitz, Hirosima, Nagasaki, Kosovo, la persecución de los kurdos, derrumbe de las Torres Gemelas, Atocha y un largo etcétera. También se hace incomprensible a la sensibilidad actual la imagen de un Dios lleno de bondad que castiga con las penas del infierno. Sin embargo, Jesús habla del infierno escatológico muchas veces, y no habrá querido engañarnos como a los niños, a nosotros. La Sagrada Escritura y el Magisterio abundan en textos y definiciones sobre la existencia del infierno, sus penas y su eternidad. La doctrina de la Iglesia, actualizada, la encontramos en el Catecismo de la Iglesia Católica: «Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: «Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna en él» (1 Jn 3, 15). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre por nuestra propia y libre elección. El estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno».
«Jesús habla con frecuencia de la gehenna y del fuego que nunca se apaga, reservado a los que hasta el fin de su vida rehusan creer y convertirse y donde se puede perder el alma y el cuerpo a la vez. Jesús anuncia en términos graves que enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad… y los arrojarán al horno encendido y que pronunciará la condenación: «Alejaos de mí, malditos, al fuego eterno» (Mt 25, 41)».
«La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad, cuya pena principal consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente el hombre puede tener la vida y la felicidad a la que ha sido creado y a las que aspira» (1033-1035). Cuando, pues, el Magisterio de la Iglesia reafirma las penas del infierno se apoya en un fundamento bíblico sólido. Y ya en el siglo III condenó la apokatástasis de Orígenes. Pues ¿dónde quedaría la libertad y la dignidad del hombre si ésta doctrina fuera verdadera? ¿Dónde la justicia de Dios, reparadora de todas las injusticias interhumanas?
Dos son las penas del infierno: de daño y de sentido. Aquella es esencialmente privativa, que supone privación, a diferencia de la carencia, que sólo dice negación. La privación es ausencia de lo que se debe tener: por eso es penal. Es una carencia y no una negación, que una piedra no tenga ojos porque no le corresponden a su naturaleza. Pero si el hombre carece de ojos, sí que es en él una negación, porque su integridad de cuerpo humano los exige. La privación del bien divino en el hombre, que está destinado a la visión y posesión de Dios en la bienaventuranza, es una ausencia y lejanía que tiene carácter de pena. Pena de daño, que es la pena esencial del infierno, y corresponde al desorden de la separación de Dios. Es la imposibilidad de amar, cuando el hombre ha sido creado para amar, en el infierno no podrá amar.
La pena de sentido corresponde al segundo desorden, que es la entrega de sí mismo que hizo el pecador entregándose a las criaturas. Las penas de sentido son el fuego, la llama, el lago, el crujir de dientes, el gusano roedor. Este fuego, llama, crujir de dientes y gusano no tienen un sentido burdamente realista; ni nos deben dar pie a pensar en torturas sádicas. Pero tampoco nos dan derecho a deducir que se trata de un fuego y unos tormentos puramente simbólicos. Cuando la revelación nos habla de estos misterios tremendos, utiliza un lenguaje propio y claro, con analogías y metáforas abundantes, que envuelven grandes y profundas verdades. Detrás de estas palabras hay una realidad auténtica, un dolor físico, real, añadido a la ausencia de Dios, que quiere expresar el fuego devorador de la santidad de Dios frente al mal, la mentira, el odio y la violencia. Si el cielo es el mismo Dios poseído para siempre, el infierno es Dios mismo perdido para siempre. Y como sólo Dios es la plenitud total y definitiva del hombre, el infierno es el fracaso total y definitivo del hombre y su dolor sin límites y su total desesperación. “Los que entráis aquí, perded toda esperanza”, escribe Dante en la Divina Comedia.
También es clara la eternidad del infierno, aunque no pueda ser entendido por la inteligencia humana. Tengamos por seguro que cuando Dios, suprema bondad y amor, castiga así, es que debe ser así y está cargado de razón, aunque sea un misterio para el hombre. Por eso la Santa Madre Iglesia nos exhorta en la LG 48: «Como no sabemos ni el día ni la hora es necesario según el consejo del Señor estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir como siervos malos y perezosos al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes». Santa Teresa es un excepcional testigo del infierno. Y San Ignacio, en el libro de los Ejercicios, impone la siguiente petición: “Interno conocimiento de lo que sienten los condenados, para que si me olvido del amor del Señor, el temor de las penas, me ayude a no caer en pecado”. Por si falla el freno neumático, echar mano del mecánico.
6. Tampoco debemos olvidar que, aunque los misterios de la escatología tienen por sí mismos un valor muy importante, su valor moral y social es también muy influyente, pues, aunque el vivir humano ha de ser determinado por el amor, la repercusión de sus actos en el más allá, ayuda a los hombres a cumplir con sus deberes acá. Por eso la Escritura nos dice: “Acuérdate de tus postrimerías en todas tus obras, y no pecarás nunca” (Si 7,40). La historia entera demuestra que cuando desaparece Dios y su retribución del horizonte de la cultura, deviene el cataclismo moral en todos los órdenes. Lo estamos comprobando en la actualidad minuto a minuto.
7. Ese miedo sí lo debemos tener. Pero, como puede atenazarnos el miedo a las consecuencias de la predicación del evangelio, ya que se trata de una pasión del apetito sensitivo incontrolable, que se conmueve ante un mal futuro y difícil cuando se siente la impotencia de evitarlo, y Santo Tomás no duda en afirmar que el temor está relacionado con la esperanza, que procede de un mal que nos amenaza, y nos fuerza a huir por temor de perder algo que amamos, diferentes bienes e, incluso la vida, Jesús ya les había advertido a los discípulos que “el que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás, no es apto para el Reino de los Cielos” (Lc 9,62).
8. Hay otra clase de miedo que puede paralizar el dinamismo cristiano: la acogida fría o despreciativa de las iniciativas generosas por parte de los encargados de no apagar el espíritu (1 Tes 5,19), sólo porque no se les ha ocurrido a él o porque temen ser eclipsados o, porque carecen de sensibilidad para lo sobrenatural. En la Vida de D. Rufino Aldabalde, cuenta Javierre, cómo su obispo hacía esta pregunta ante la grave enfermedad de Aldabalde: ¿Le habrán dado algún disgusto a Don Rufino? Y él no había hecho otra cosa. Y dice Javierre: ¡Miren la cara ilustrísima de su ilustrísima! Y termina el episodio Javierre: ¡Lástima de crisma que derrocha el Espíritu Santo en tantas consagraciones! A veces serán los mismos compañeros, sus cuchufletas, sus aislamientos, sus abandonos, sus críticas capaces de infundir el miedo en el corazón del más valiente.
Aún hay otro miedo que nos puede paralizar: la falta de fervor, el sentir la esterilidad, el preguntarse por qué no hacer lo que los otros… los sufrimientos interiores, las deserciones de los más íntimos, la estrategia del ostracismo. Se puede sentir miedo y con él la tentación de abandonarlo todo ante las dificultades grandes y graves que se tienen que superar; miedo ante la heroicidad del seguimiento de Cristo; miedo viendo que la muerte está a la puerta si se predica el evangelio íntegramente; miedo porque se ha perdido toda posibilidad de prosperidad humana. Y miedo, cuando el amor de la juventud y el heroísmo se convirtió en monotonía; cuando el amor que experimentábamos parece que no nos dice nada.
9. La Iglesia es jerárquica e infalible en el depósito de la fe; pero no tiene por qué serlo en la digitalina, ni es infalible en el gobierno, y por consiguiente debe recabar información leal y veraz, considerar aptitudes, y carismas diferentes, y debe estar libre de acepción de personas. En esto una cierta democracia real, al modo como se desea y se pide y se predica para la sociedad civil, sería muy útil y progresiva para la extensión del Reino de Dios y su justicia. Pero ocurre que se tiene miedo de escuchar la verdad y no digamos miedo de decirla, aunque se trate de secretos a voces. Se impone la ley del silencio. A los políticos se les puede criticar, censurar y condenar, pero no se puede poner en tela de juicio con modos y caridad, a los actos que, afectando a la comunidad eclesial y siendo públicos, deben estar sujetos también, a la interpretación y a la crítica, para mejor conseguir la extensión del Reino. Pero parece que está investida de infalibilidad hasta para recetar bicarbonato. Se cuenta que Juan XXIII, aconsejaba a un obispo americano que padecía cáncer de estómago que tomara bicarbonato. El obispo le contestó: menos mal que S.S. no es infalible en medicina. San Ignacio creció, se formó y gobernó en tiempos lejanos a la democracia y totalmente absolutistas, y, sin embargo, deja en sus Constituciones el derecho del súbdito a representar sus objeciones, condiciones, razones. Hoy, aunque menos, se sigue teniendo miedo, porque todo está en sus manos que, no pocas veces, son interesadas y hasta apasionadas y vengativas.
10. Pero así como Jeremías ve a Dios como un soldado valeroso que le libra de los enemigos, lo han visto todos los mártires, y lo han superado por la fuerza del Espíritu.. Jesús anuncia al Padre, que cuida de los pajarillos que se caen del nido, o que mueren por el disparo del cazador.
La caída del pájaro del nido, o el disparo del cazador entran dentro de los planes de Dios. Si el pájaro muere es para bien, y si vosotros morís, el Padre sacará gloria y bien de vuestra muerte: «Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos» (Rm 14,8). Los cabellos de vuestra cabeza están contados por el Padre. Si no cae un cabello sin que el Padre lo quiera o lo permita, ¡cuánto menos las persecuciones, las enfermedades, la maledicencia, las persecuciones, la buena o mala fama, escapan de la acción de su Providencia! Si no se mueve la hojita del árbol sin la voluntad de Dios, ¡cuánto menos vuestras vidas de discípulos de Jesús sufrirán menoscabo por vuestra fidelidad en cumplir la misión!
11. “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo”. Al que defienda los intereses de Cristo, pasando por encima de las dificultades, injusticias, postergaciones, sarcasmos y burlas, desprecios y menoscabos, tendrá un buen defensor ante el Padre: Jesucristo. “Si uno lo niega ante los hombres, también lo negará ante su Padre”. Es una voz de alerta y un estímulo que nos aboca hacia una evangelización intrépida y valerosa, cuando está vigente un cristianismo descafeinado y facilón, que quiere presentarse como un descubrimiento del auténtico cristianismo, para no perder gente, dicen.
12. El Señor que nos ha librado de la muerte eterna por la muerte temporal de su Hijo y Hermano nuestro, Jesús, está ahora mismo librándonos y ofreciéndonos su Espíritu de amor, de energía y entusiasmo, en el sacramento que vamos a consagrar y a comer para fortalecernos en la superación del miedo y encorajarnos en la extensión del Reino, como semilla vivificante de vida eterna.