En este Libro Cuarto de las Confesiones de San Agustín de Hipona nos habla de su vida a partir de sus 19 años y de todas las tentaciones en las que se vio involucrado voluntariamente.
https://youtu.be/shHb3PNfHQo
CONFESIONES DE SAN AGUSTÍN
San Agustín de Hipona.
LIBRO CUARTO.
CAPÍTULO 1.
Durante este espacio de tiempo de nueve años -desde los diecinueve de mi edad hasta los veintiocho-fuimos seducidos y seductores, engañados y engañadores (Timoteo 2, 3-13), según la diversidad de nuestros apetitos; públicamente, por medio de aquellas doctrinas que llaman liberales; ocultamente, con el falso nombre de religión, siendo aquí soberbios, y allí supersticiosos, en todas partes vanos: en aquéllas, persiguiendo el aura de la gloria popular hasta los aplausos del teatro, los certámenes de poesía, las contiendas de coronas de heno, los juegos de espectáculos y la intemperancia de la concupiscencia ; en ésta, deseando mucho purificarme de semejantes inmundicias, con llevar alimentos a los llamados elegidos y santos, para que en la oficina de su estómago nos fabricasen ángeles y dioses que nos librasen. Tales cosas seguía yo y practicaba con mis amigos, engañados conmigo y por mí.
Ríanse de mí los arrogantes, y que aún no han sido postrados y abatidos saludablemente por ti, Dios mío; mas yo, por el contrario, confiese delante de ti mis torpezas en alabanza tuya. Permíteme, te suplico, y concédeme recorrer al presente con la memoria los pasados rodeos de mi error y que yo te sacrifique una hostia de jubilación.
Porque ¿qué soy yo sin ti sino un guía que lleva al precipio? ¿O qué soy yo cuando me va bien sino un niño que mama tu leche o que paladea el alimento incorruptible que eres tú? ¿Y qué hombre hay, cualquiera que sea, que se las pueda echar de tal siendo hombre?
Ríanse de nosotros los fuertes y poderosos, que nosotros, débiles y pobres, confesaremos tu santo nombre.
CAPITULO 2.
En aquellos años enseñaba yo el arte de la retórica y, vencido de la codicia, vendía una victoriosa locuacidad. Sin embargo, tú bien sabes, Señor, que quería más tener buenos discípulos, lo que se dice buenos, a quienes enseñaba sin engaño el arte de engañar, no para que usasen de él contra la vida del inocente, sino para defender alguna vez al culpado. Mas, ¡oh Dios!, tú viste de lejos aquella fe mía que yo exhibía en aquel magisterio con los que amaban la vanidad y buscaban la mentira, siendo yo uno de ellos, que vacilaba y centelleaba sobre un suelo resbaladizo y entre mucho humo. LAS CONFESIONES – San Agustín de Hipona – Libro Cuarto
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