Bellísima película-miniserie que nos habla de Santa Bakhita, una mujer que sufrió como pocos, sin embargo decía: “Si yo encontrara a esos hombres que me hicieron sufrir tanto, me arrodillaría y les besaría la mano pues gracias a ellos ahora soy Cristiana”.
Primera Parte
Segunda Parte
Biografia de Santa Josefina Bakhita
El comerciante italiano y vice-cónsul Calixto Leganini, mientras se encontraba en Khartoum, compró a Bakhita por quinta vez en 1882 con la intención de liberarla. Fue así que, por primera vez, fue tratada bien. «Esta vez fui realmente afortunada –escribe Bakhita– porque el nuevo patrón era un hombre bueno y me gustaba. No fui maltratada ni humillada, algo que me parecía completamente irreal, pudiendo llegar incluso a sentirme en paz y tranquilidad». En 1884 Leganini se vio en la obligación de dejar Jartum, tras la llegada de tropas Mahdis. Bakhita se negó a dejar a su amo, y consiguió viajar con él y su amigo Augusto Michieli, a Italia. La esposa de Michieli los esperaba en Italia, y sabiendo la llegado de varios esclavos, exigió uno, dándosele a Bakhita. Con su nueva familia, Bakhita trabajo de niñera y amiga de Minnina, hija de los Michieli. En 1888 cuando la familia Michieli compró un hotel en Suakin y se trasladaron para allá, Bakhita decidió quedarse en Italia.
Bakhita y Minnina ingresaron al noviciado del Instituto de las Hermanas de la Caridad en Venecia, tras ser aconsejadas por las hermanas. Esta congregación fue fundada en 1808 con el nombre de Instituto de las Hermanas de la Caridad en Venecia, pero son más conocidas como Hermanas de Canossa. El hombre que los llevó al convento dio a Bakhita un crucifijo de plata. «Mientras me lo daba», dice Bakhita, «lo besó con gran devoción; después me explicó que Jesucristo, el Hijo de Dios, había muerto por nosotros. Miré al crucifijo casi en secreto, y me llené de una fuerza misteriosa y sentí dentro de mí algo que no podía entender… Si hubiera conocido al Señor durante mi esclavitud, cuán menos hubiera sufrido». Recién llegada al Instituto, Bakhita conoció al Dios de los cristianos y fue así como supo que «Dios había permanecido en su corazón», y le había dado fuerzas para poder soportar la esclavitud. Recibió el bautismo, primera comunión y confirmación, al mismo tiempo, el 9 de enero de 1890, por el Cardenal de Venecia. En este momento, tomó el nombre cristiano de Josefina Margarita Afortunada. «¡Aquí llego a convertirme en una de las hijas de Dios!». Fue lo que manifestó en el momento de ser bautizada, pues se dice que no sabía cómo expresar su gozo. Ella misma cuenta en su biografía que mientras estuvo en el Instituto conoció cada día más a Dios, «que me ha traído hasta aquí de esta extraña forma». La Señora de Michieli volvió de Sudán a llevarse a Bakhita y a su hija, pero con un gran coraje, Bakhita se negó a ir y prefirió quedarse con las Hermanas de Canossa. La esclavitud era ilegal en Italia, por lo que la señora de Michieli no pudo forzar a Bakhita, y es así que permaneció en el Instituto y su vocación la llevó a convertirse en una de las Hermanas de la Orden el 7 de diciembre de 1893, a los 38 años de edad. Fue trasladada a Venecia en 1902, para trabajar limpiando, cocinando y cuidando a los más pobres. Nunca realizó milagros ni fenómenos sobrenaturales, pero obtuvo la reputación de ser santa. Siempre fue modesta y humilde, mantuvo una fe firme en su interior y cumplió siempre sus obligaciones diarias. Se le conocía como una persona gentil y siempre dispuesta a ayudar.
La salud de Bakhita se fue debilitando hacia sus últimos años y tuvo que postrarse a una silla de ruedas. Se dice que le decía la enfermera: «¡Por favor, desatadme las cadenas… es demasiado!». Poco antes de morir el 8 de febrero de 1947, Josefina dijo: «No, no se entristezcan, aún estaré con ustedes. Si el Señor me lo permite, mandaré muchas gracias del cielo para la salvación de las almas». «Le he dado todo a mi Señor: Él me cuidará… Lo mejor para nosotros no es lo que nosotros consideramos, pero lo que el Señor quiere de nosotros». «Cuando una persona ama a otra con mucho cariño, desea con fuerza estar cerca de ella: por tanto, ¿porqué temer la muerte? ¡La muerte nos lleva a Dios!». Falleció el 8 de febrero de 1947 en Schio, siendo sus últimas palabras una invocación a la Virgen: «¡Señora! ¡Señora!». Miles de personas fueron a darle el último adiós, expresando así el respeto y admiración que sentían hacia ella. Fue velada por tres días, durante los cuales, cuenta la gente, sus articulaciones aún permanecían calientes y las madres cogían su mano para colocarla sobre la cabeza de sus hijos para que les otorgase la salvación. Su reputación como una santa se ha consolidado. Josefina ha sido recordada y respetada como Nostra Madre Moretta («Nuestra Madre Negra».), en Schio. Ella misma declaró un día: «Si volviese a encontrar a aquellos negreros que me raptaron y torturaron, me arrodillaría para besar sus manos porque, si no hubiese sucedido esto, ahora no sería cristiana y religiosa». Cuando fue canonizada el 1 de Octubre de 2000, el Papa Juan Pablo II dijo:
«¡Regocíjate África! Bakhita ha regresado a ustedes: la hija de Sudán, vendida a la esclavitud como mercancía viva, sin embargo libre: libre con la libertad de los Santos». El Papa también dijo de Bakhita: «En nuestros tiempos, en los que la desenfrenada carrera hacia el poder, dinero y placer es la causa de tanta desconfianza, violencia y soledad, la Hermana Bakhita se nos ha dado una vez más por el Señor como una hermana universal, para que nos revele el secreto de la verdadera felicidad: las bienaventuranzas… He aquí un mensaje de bondad heroica modelado en la bondad de nuestro Padre celestial».
Del Papa Benedicto XVI en Spe Salvi
“Se plantea la pregunta: ¿en qué consiste esta esperanza que, en cuanto esperanza, es « redención »? Pues bien, el núcleo de la respuesta se da en el pasaje antes citado de la Carta a los Efesios: antes del encuentro con Cristo, los Efesios estaban sin esperanza, porque estaban en el mundo « sin Dios ». Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza. Para nosotros, que vivimos desde siempre con el concepto cristiano de Dios y nos hemos acostumbrado a él, el tener esperanza, que proviene del encuentro real con este Dios, resulta ya casi imperceptible. El ejemplo de una santa de nuestro tiempo puede en cierta medida ayudarnos a entender lo que significa encontrar por primera vez y realmente a este Dios. Me refiero a la africana Josefina Bakhita, canonizada por el Papa Juan Pablo II. Nació aproximadamente en 1869 –ni ella misma sabía la fecha exacta– en Darfur, Sudán. Cuando tenía nueve años fue secuestrada por traficantes de esclavos, golpeada y vendida cinco veces en los mercados de Sudán. Terminó como esclava al servicio de la madre y la mujer de un general, donde cada día era azotada hasta sangrar; como consecuencia de ello le quedaron 144 cicatrices para el resto de su vida. Por fin, en 1882 fue comprada por un mercader italiano para el cónsul italiano Callisto Legnani que, ante el avance de los mahdistas, volvió a Italia. Aquí, después de los terribles « dueños » de los que había sido propiedad hasta aquel momento, Bakhita llegó a conocer un « dueño » totalmente diferente –que llamó «paron » en el dialecto veneciano que ahora había aprendido–, al Dios vivo, el Dios de Jesucristo. Hasta aquel momento sólo había conocido dueños que la despreciaban y maltrataban o, en el mejor de los casos, la consideraban una esclava útil. Ahora, por el contrario, oía decir que había un « Paron » por encima de todos los dueños, el Señor de todos los señores, y que este Señor es bueno, la bondad en persona. Se enteró de que este Señor también la conocía, que la había creado también a ella; más aún, que la quería. También ella era amada, y precisamente por el « Paron » supremo, ante el cual todos los demás no son más que míseros siervos. Ella era conocida y amada, y era esperada. Incluso más: este Dueño había afrontado personalmente el destino de ser maltratado y ahora la esperaba « a la derecha de Dios Padre ». En este momento tuvo « esperanza »; no sólo la pequeña esperanza de encontrar dueños menos crueles, sino la gran esperanza: yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa. A través del conocimiento de esta esperanza ella fue « redimida », ya no se sentía esclava, sino hija libre de Dios. Entendió lo que Pablo quería decir cuando recordó a los Efesios que antes estaban en el mundo sin esperanza y sin Dios; sin esperanza porque estaban sin Dios. Así, cuando se quiso devolverla a Sudán, Bakhita se negó; no estaba dispuesta a que la separaran de nuevo de su « Paron ». El 9 de enero de 1890 recibió el Bautismo, la Confirmación y la primera Comunión de manos del Patriarca de Venecia. El 8 de diciembre de 1896 hizo los votos en Verona, en la Congregación de las hermanas Canosianas, y desde entonces –junto con sus labores en la sacristía y en la portería del claustro– intentó sobre todo, en varios viajes por Italia, exhortar a la misión: sentía el deber de extender la liberación que había recibido mediante el encuentro con el Dios de Jesucristo; que la debían recibir otros, el mayor número posible de personas. La esperanza que en ella había nacido y la había « redimido » no podía guardársela para sí sola; esta esperanza debía llegar a muchos, llegar a todos”.