Solemnidad de la Anunciación del Señor (Lunes 8 de Abril)
Libro de Isaías 7,10-14.8,10b.
Yavé se dirigió otra vez a Ajaz, por medio de Isaías, que le dijo:
«Pide a Yavé, tu Dios, una señal, aunque sea en las profundidades del lugar oscuro o en las alturas del cielo.»
Respondió Ajaz: «No la pediré, porque no quiero poner a prueba a Yavé.»
Entonces Isaías dijo: «¡Oigan, herederos de David! ¿No les basta molestar a todos, que también quieren cansar a mi Dios?
El Señor, pues, les dará esta señal: La joven está embarazada y da a luz un varón a quien le pone el nombre de Emmanuel, es decir: Dios-con-nosotros. Tracen un plan: fracasará; digan una palabra: no se cumplirá; porque Dios está con nosotros.
Salmo 40(39),7-8.9.10.11.
No quisiste sacrificios ni ofrendas —lo dijiste y penetró en mis oídos— no pediste holocaustos ni víctimas.
Entonces dije: «Aquí estoy, de mi está escrito en el rollo del Libro.
He elegido, mi Dios, hacer tu voluntad, y tu Ley está en el fondo de mi ser».
Publiqué tu camino en la gran asamblea, no me callé, Señor, tú bien lo sabes.
No encerré tus decretos en el fondo de mi corazón: proclamé tu fidelidad y tu socorro. No oculté tu amor y tu verdad en la gran asamblea.
Carta a los Hebreos 10,4-10.
Es que la sangre de los toros y de los chivos no tiene valor para quitar los pecados.
Por eso, al entrar Cristo en el mundo dice: Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, sino que me formaste un cuerpo.
No te agradaron los holocaustos ni los sacrificios por el pecado;
entonces dije: «Aquí estoy yo, oh Dios, como en un capítulo del libro está escrito de mí, para hacer tu voluntad».
Comienza por decir: No quisiste sacrificios ni ofrendas, ni te agradaron holocaustos o sacrificios por el pecado. Y sin embargo esto es lo que pedía la Ley.
Entonces sigue: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad. Con esto anula el primer orden de las cosas para establecer el segundo.
Esta voluntad de Dios, de que habla, es que seamos santificados por la ofrenda del cuerpo de Cristo Jesús hecha una sola vez.
Evangelio según San Lucas 1,26-38.
Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
a una joven virgen que estaba comprometida en matrimonio con un hombre llamado José, de la familia de David. La virgen se llamaba María.
Llegó el ángel hasta ella y le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»
María quedó muy conmovida al oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo.
Pero el ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios.
Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús.
Será grande y justamente será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David;
gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás.»
María entonces dijo al ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?»
Contestó el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios.
También tu parienta Isabel está esperando un hijo en su vejez, y aunque no podía tener familia, se encuentra ya en el sexto mes del embarazo.
Para Dios, nada es imposible.»
Dijo María: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí tal como has dicho.» Después la dejó el ángel.