Este es un Fragmento del Libro «Sacerdote para Siempre» del Padre Ángel Peña O.A.R.
Cualquiera que tenga un poco de experiencia en la vida se dará cuenta de que un sacerdote santo arrastra hacia Dios y hace que su pueblo sea fervoroso. Donde hay un sacerdote mediocre, habrá una Comunidad indiferente; pero donde hay un sacerdote poco ejemplar, el pueblo pierde la fe. Por eso, el sacerdote debe ser un hombre de oración, un hombre de Dios, un hombre de fe. Eso es lo que la gente necesita y espera de sus sacerdotes.
Veamos ahora algunos testimonios de sacerdotes ejemplares que, sin ser santos canonizados, pueden ser un estímulo para todos.
Cesare Bisognin
Cesare Bisognin ha sido el sacerdote más joven del mundo, pues fue ordenado a los 19 años. Había entrado en el Seminario de Turín y, a sus 17 años, en 1974, le detectaron un cáncer a los huesos (osteosarcoma) incurable. Alguien le habló de su gran deseo de ser sacerdote al cardenal Pellegrino de Turín, y él habló al Papa Pablo VI, quien le dio permiso para ordenarlo sacerdote en su propia casa.
Cesare estaba en su cama y allí recibió el sacramento del Orden sagrado. A la ceremonia sólo asistieron algunos familiares y amigos. En una entrevista que le hicieron ese mismo día de su ordenación, dijo:
Mi primer acto de sacerdote ha sido dar la comunión a mis padres como una señal de agradecimiento por haberme dado la vida. Yo les he dado la Eucaristía, que es el pan de vida, la presencia real de Cristo.
En estos momentos, mi esperanza está en el buen Dios. Si me ha escogido es, porque quiere que viva para los otros. Ser sacerdote es ser de Dios y Dios es de todos, luego el sacerdote es de todos.
Cesare murió a los veinticuatro días de ser sacerdote y sólo pudo celebrar una misa. Pero ahora sigue siendo sacerdote con Jesús por toda la eternidad y sigue intercediendo por los demás desde el cielo como buen sacerdote.
Padre Domingo
Cuenta el sacerdote Ricardo Zimbrón:
Cuando yo era un joven novicio, me pusieron al cuidado de un sacerdote muy anciano, que estaba muriéndose de cáncer en una agonía prolongada y dolorosa. Se llamaba Domingo y tenía fama de santo.
No he conocido un sacerdote más humilde que el sonriente padre Dominguito, de pequeña estatura y enorme de espíritu. Un día le llevé a su cama la charola con su desayuno y mientras él luchaba por comer sin apetito, yo le hice esta pregunta:
– Padre Dominguito, ¿cuál es la oración que a usted más le gusta rezar?
– El Kyrie eleison (Señor, misericordia).
Cuando retiré la charola del desayuno, casi intacta, me fui a mi habitación, me senté en mi cama y me puse a meditar aquello del Kyrie eleison… Entonces, no encontré respuesta. Pero han pasado los años y he recorrido mucho camino. Soy un sacerdote, a quienes muchos estiman. Y ahora mi oración preferida es el antiquísimo Kyrie eleison, ¡Señor ten misericordia!
La última vez que fui a inyectarle entre el hueso y la piel, me dijo: No tienes idea de cuánto estoy sufriendo, pero no se lo digas a nadie, quiero que esto sea una ofrenda que sólo conozca el Padre, me estoy ofreciendo a Él constantemente en unión con Jesús y María.
Ciertamente, reconocer que somos débiles y pecadores es uno de los puntos básicos para llegar a la santidad. Cuando tengamos sufrimientos y nos sintamos débiles o cuando caigamos en pecados, digamos continuamente Kyrie eleison, ¡Señor, ten piedad de mí! ¡Te ofrezco mis sufrimientos por la salvación de mis hermanos!
Padre Aureliano
Nació en 1887 en Basauri, cerca de Bilbao (España). A los quince años fue al convento de los carmelitas descalzos. Después del noviciado, tomó el nombre de Aureliano del Santísimo Sacramento, pues su verdadero nombre era Pedro Landeta y Azcueta. A los 23 años se ordenó sacerdote y tres años más tarde fue destinado a la India con la tarea de colaborar en la formación de los aspirantes al sacerdocio en el Seminario de Malabar.
Fue misionero en la India durante 51 años sin haber regresado nunca a su tierra natal. Además de su trabajo en el Seminario, fue nombrado director nacional de la Liga eucarística, institución que pasó de contar con mil sacerdotes inscritos en 1928 a tres mil en 1945. Una de sus preocupaciones más importantes era la difusión de la adoración perpetua diurna en la India. Para ello comprometió a 868 iglesias y capillas para que tuvieran el Santísimo Expuesto por etapas continuas. También promovió la adoración nocturna; en 1963 había inscritos 180.000 católicos. Y él decía a todos:
Cuando se encuentren en dificultad o cuando les falten las fuerzas humanas, vayan inmediatamente a la Eucaristía, donde les espera “Jesús”.
Hoy día, la India es el país del mundo con mayor número de seminaristas, unos diez mil. Mucho de este florecimiento vocacional se lo debe al Padre Aureliano.
Padre Trampitas
Fue un sacerdote mexicano admirable, que quiso vivir como preso durante más de 30 años con la única finalidad de salvar a tantos que estaban allí sin ayuda espiritual. Él vivía la vida de los presos y comía con ellos. No podía salir de la prisión y no tenía ninguna diferencia, sólo que era un preso voluntario.
Su nombre era Juan Manuel Martínez, pero todos lo conocían cariñosamente como el padre Trampitas. La prisión estaba en las islas Marías (México), para los presos más peligrosos. Y allí murió y allí están enterrados sus huesos. Fue un sacerdote admirable por su espíritu apostólico. Y cuenta, en sus numerosos relatos, la conversión de grandes criminales, porque el poder de Dios llega hasta el corazón de los más avezados delincuentes.
Patrick Peyton
Ha sido un famoso sacerdote irlandés, fundador de la Cruzada mundial del rosario en familia, que ha recorrido el mundo hablando del rosario y del amor a la Virgen María. Él dice sobre su vocación:
La razón para hacerme sacerdote ha sido, ante todo, la Santísima Virgen a través, especialmente, del rosario familiar… Otra razón fue el párroco, padre Roger O’Donnell, un hombre de Dios, lleno de humildad, a quien tenía el privilegio de acompañar visitando los hogares de los enfermos para llevarles los sacramentos, así como ayudarle a misa y disfrutar de su amistad. También deseé el sacerdocio, porque pensaba en las misiones de África. Soñaba en que un día partiría a evangelizar…
A los diecinueve años emigré a USA. Llegué al empezar le gran “depresión”. Tres hermanas mías habían ido ya antes que yo. Una de ellas, la que cuando estuve enfermo ofreció su vida al Señor por mí, le contó a Monseñor Paul Kelly, rector de la catedral de Scranton (Pensilvania), donde vivían, que yo iba a llegar a América con un hermano… Monseñor Kelly me ofreció trabajo: sacristán de la catedral.
Esto significó que tuve ocasión frecuente de quedarme solo con el Santísimo Sacramento, porque era el que abría las puertas por la mañana y el que las cerraba por la noche. Entonces, la vocación, que estaba muerta, volvió a vivir. El deseo de ser sacerdote volvió a ser intenso… Entré en el Seminario de la Congregación de la Santa Cruz. Dos años antes de mi ordenación, me puse enfermo: los médicos diagnosticaron tuberculosis. Me llevaron a la enfermería. Estaba mal de cuerpo y alma… Uno de mis profesores de la universidad de Notre Dame, sacerdote de nuestra Congregación, padre Cornelio Hegarty, vino a verme y durante media hora me habló de la Virgen María… y me convenció para que le pidiera la salud. De María recibí la salud, y su amor me liberó de la enfermedad, dejándome volver feliz a mi vocación: fui ordenado sacerdote. Por Ella moriría en agradecimiento y le daría un millón de mundos, si los tuviera. La Cruzada de Oración en familia ha sido el medio que Dios me ha concedido para manifestarle mi gratitud.
Pedro Arrupe
Cuando todavía era joven sacerdote y vivía en Hiroshima, vivió el 6 de agosto de 1945 la fuerte experiencia de la bomba atómica. Aquel día a las 8.15 de la mañana, un bombardero norteamericano lanzó la primera bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima. Sobre esta experiencia escribió el libro Yo viví la bomba atómica, donde describe los efectos devastadores y todo lo que él y sus siete compañeros jesuitas hicieron por ayudar a todos los damnificados. Él había estudiado medicina y, desde el primer momento, con las escasísimas medicinas del botiquín de su casa, empezó a ayudar, sobre todo, a tantos quemados por la explosión. Recordemos que ese día murieron unas 80.000 personas y quedaron heridas unas 120.000; de los 220 médicos, que había en la ciudad antes de la explosión, sólo quedaron con vida unos sesenta médicos.
Lo más triste fue que la ayuda proveniente de Tokio y Osaka se detuvo a las puertas de la ciudad, porque se había corrido la voz de que en la ciudad se había extendido un gas que mataba durante los primeros sesenta años. Nadie quería venir de fuera a ayudar. Por eso, tuvo más mérito la ayuda de los ocho jesuitas, que resultaron vivos milagrosamente. Ellos no pensaron en que iban a morir, quisieron vivir en plenitud sus últimos momentos y, si debían morir, querían hacerlo como sacerdotes, dando la vida por los demás.
El mismo padre Arrupe lo dice:
Ante este hecho, un sacerdote no puede quedarse fuera para salvar su vida… Naturalmente que, cuando a uno le dicen que dentro de la ciudad hay un gas que mata, sólo después de hacer un propósito muy firme se decide a quedarse. Pero lo hicimos y comenzamos a curar a los enfermos y a quemar los cadáveres de las calles para evitar epidemias.
Fue un trabajo agotador, pero lo hicieron con espíritu sacerdotal. Por eso, cuando era general de los jesuitas (1965-1983), siempre recordaba aquellos momentos como de los más llenos y satisfactorios de su vida, porque había vivido su sacerdocio hasta el fondo, dándolo todo sin reservarse nada.
Después de veinticinco años, lo visitó en Roma un joven sacerdote japonés, a quien él había curado sus llagas supurantes a consecuencia de las radiaciones, producidas por la bomba. Aquel muchacho se había bautizado y más tarde había sido ordenado sacerdote. Se llamaba Hasegawa Tadashi. Él, como tantos otros, se sintió llamado a la fe católica y al sacerdocio por el testimonio de vida que vio en aquellos misioneros jesuitas que lo habían dado todo.
Pedro James Manjackal
El Padre James Manjackal es un sacerdote de la India, que tiene un gran misterio de sanación y evangelización por distintos países del mundo. Es un hombre de profunda oración y de gran fe. Lo conozco personalmente y he podido asistir a sus reuniones de evangelización y sanación. En su página web www.jmanjackal.net pueden verse numerosos testimonios de sanación y conversión en distintos países del mundo. Cuando celebra la misa, la celebra con tanto fervor y devoción, que parece que viera al mismo Jesús en persona, acompañado de María, a quien tiene mucha devoción. Él es un sacerdote ejemplar, que trabaja a tiempo completo, pues el sacerdote debe ser sacerdote las 24 horas del día.
Veamos un caso que nos cuenta en su página web y que nos indica que, esté donde esté, él siempre se siente sacerdote y está siempre disponible. Este caso le sucedió el 9 de diciembre de 1998. Estaba en el aeropuerto de Bombay, India, esperando en la larga cola de pasajeros de la línea aérea Gulf Air. Entonces, vio a un joven europeo, vestido como un hindú, de color azafrán y con ceniza en su frente, sujetando un ratón en su mano derecha y llevando una serpiente enroscada al cuello. Estaba discutiendo acaloradamente con un policía, porque no le permitía entrar al avión con los animales. Y él decía:
Estos son mis dioses recibidos en la India y vosotros policías indios, ¿no me permitís ir con ellos? La gente estaba gritando de impaciencia. Y dice el Padre Manjackal: Yo me puse a rezar detrás del joven. De pronto, inspirado por el Espíritu Santo, le puse mi mano sobre su hombro y con una sonrisa le pregunté: José, ¿no eres un católico de Alemania? ¿No estarás queriendo tomar a estas criaturas como tus dioses? Con sorpresa me miró y me preguntó: ¿Quién le ha dicho que me llamo José y que soy católico alemán? Sacando un crucifijo, le dije: Él es mi Dios, que me revela estas cosas por medio del Espíritu Santo.
Con lágrimas en los ojos me preguntó, si estaba dispuesto a hablarle más sobre Jesús y el Espíritu Santo. Convine en hacerlo, con la condición de que tirara aquellos animales. Él, como un niño, me obedeció y tiró al ratón y a la serpiente en un cubo de basura. El policía me lo agradeció y la gente empezó a aplaudir de agradecimiento. Durante el vuelo, le dije a José muchas cosas sobre Jesús y el Espíritu Santo. Él era un católico bautizado que había abandonado la fe para irse tras las mujeres, las drogas y el alcohol, habiendo adoptado el hinduismo como forma de vida. Me confesó que todo eso no le había dado sentido a su vida y que le faltaba algo. Terminó por confesarse y recibió la sagrada comunión en la misa que celebré en el hotel de Ryad, en Arabia Saudita. El joven estaba feliz y con lágrimas me dijo: Ahora mi sed y mi hambre de Dios han sido colmados con Jesús en la comunión.
Ciertamente, el sacerdote recibe muchas alegrías al perdonar los pecados de quienes estaban alejados de Dios. Entonces, se siente como un padre que da vida a sus hijos y puede decir:
Habría valido la pena haber nacido y haber sido sacerdote para confesar a este hombre pecador y después haber muerto al ver su alegría y su paz. ¡Vale la pena morir para dar vida!
Padre Luis de Moya
Estudió teología en Roma y se doctoró en derecho canónico, además de ser médico. Se ordenó sacerdote del Opus Dei y, en 1991, a los 38 años de edad, quedó tetrapléjico a causa de un accidente automovilístico. Sin embargo, no se ha dado por vencido y, a pesar de todos los inconvenientes de su estado, pues sólo puede mover la cabeza, ha dado sentido a su vida y vive con optimismo, dando clases de Ética en la universidad de Navarra y trabajando como capellán. Ha escrito un libro sobre su vida, titulado Sobre la marcha. En él nos dice que se siente feliz de ser sacerdote y ofrecerle al Señor sus limitaciones y poder ayudar a tantos enfermos que necesitan ayuda y consejos. Dice:
Cuando comencé a concelebrar la santa misa, este acontecimiento se convirtió en lo más importante de cada jornada. En mi horario tenía previsto bajar a primera hora de la tarde al oratorio para hacer un rato de oración ante el sagrario y concelebrar a continuación. Muy rara vez omití la misa. Sólo, cuando me encontraba considerablemente peor y estaba claro que no iba a ser capaz del pequeño ajetreo que suponía la ceremonia… La santa misa es el “momento” del sacerdote. Siempre lo he entendido así, pero, tal vez, ha sido ahora, al tener más tranquilidad para contemplar el sacrificio mientras celebro, cuando mejor he captado el amor de Dios que salva y el sentido del sacerdocio ministerial. Muchas veces, he pedido al Eterno fortaleza para ser otro Cristo y servir a los demás para su salvación.
También aprovecha muchos ratos para atender a los que desean confesarse y tiene un horario público de confesiones en la Clínica universitaria. El Padre Luis de Moya es un ejemplo para tantos enfermos que se desesperan y desean la muerte. Porque vale la pena vivir. Mientras hay vida, hay esperanza de mejorar y lo más importante no es trabajar y ser útil, humanamente hablando, sino que lo más importante es amar y hacer felices a los demás. Y eso lo puede hacer un enfermo, con amor y su oración.
En sus páginas web www.luisdemoya.org; www.fluvium.org y www.muertedigna.org; anima a todos a luchar a favor de la vida y de la dignidad de la persona.
Padre Giovanni Salerno
Es un gran misionero italiano, que va por los caminos de las altas cordilleras de los Andes del sur del Perú, llevando consuelo y amor a los pobres y a los enfermos como médico y como sacerdote. También lleva ayuda a los presos de las cárceles. Sobre esto nos dice:
Un día me fui a visitar la cárcel del Cuzco, donde estaban encerrados muchos peligrosos terroristas de Sendero Luminoso. Cuando me vieron, comenzaron a reírse, mofándose de mí. No me desanimé. Poco a poco, empecé a pedir al director que viera la manera de darles algo más de aire libre y de sol, permitiéndoles salir de sus celdas, al menos, media hora cada día… Poco a poco, logramos transformar el patio en un taller con máquinas para fabricar zapatos, máquinas de coser, máquinas para tejer, máquinas para trabajos de carpintería e instrumentos para trabajos en cerámica. Todos aprendieron un oficio.
¡Qué bonito era, entonces, cuando íbamos a visitarlos! Nos decían que ganaban más en la cárcel que estando fuera. Eran jóvenes universitarios, maestros, arquitectos, abogados, etc. Algunos de ellos, al salir de la cárcel, viajaron al exterior para ejercer allí el oficio aprendido. Cada vez que los veía, me causaban una gran alegría, porque un preso, cuando trabaja, mejora su vida… Jamás olvidaré las lágrimas de uno de ellos que, encerrado en su celda, me decía: Esto (que hacen ustedes) hubiese querido hacerlo yo por los pobres. Pero, lamentablemente, demasiado tarde los he conocido. Cuando salían de la cárcel, venían a agradecernos el haberlos ayudado como a hermanos… De esta manera, cada semana, si yo no podía, otro sacerdote iba a visitarlos para hacerles rezar y para celebrar la misa en el patio de la cárcel. Muchos también se confesaron. Cada vez que los visitábamos, se rezaba el rosario. Ellos mismos habían conseguido que se colocara en su pabellón una especie de glorieta con la estatua de la Virgen de Fátima. Pero no todos se acercaban a nosotros… Hasta que un día procuré que escucharan un casete de la Virgen de Fátima, traído precisamente desde su santuario de Portugal: no hablaba tan sólo de las apariciones, sino también del marxismo y del comunismo. Apenas escucharon ese discurso, se acercaron y se unieron a los demás en el rezo del rosario. Me sorprendió y alegró muchísimo el efecto que tuvo aquel casete, porque mi temor inicial había sido que su reacción fuese completamente lo contrario. En los momentos difíciles, el confiar en la protección de la Virgen María, nos permite penetrar en el corazón de los demás.
Pero su apostolado predilecto son los niños. En el Cuzco da de comer cada día a 900 niños. Y cada día se encomienda a la divina providencia para que provea el pan para los niños y las medicinas para los enfermos, y nunca le falta nada. Tiene muchos bienhechores a lo largo del mundo. Y ha fundado el Movimiento de los siervos de los pobres del tercer mundo, para el que están surgiendo abundantes vocaciones. Tiene su seminario en Ajofrín (Toledo). También ha fundado religiosas y laicos consagrados. Y sigue abriendo casas en distintos países como Hungría. Su apostolado es enorme, pero no olvida que, como buen sacerdote, la misa debe ser el centro de su vida. Por eso, dice:
No logro comprender al sacerdote que deja de celebrar la santa misa, aunque sea un solo día. Ese día será para él un día sin sol. En mis viajes por toda Europa y por América del Norte y del Sur, Dios me ha hecho la gracia de no dejar jamás ni un solo día la celebración de la misa, que constituye para mí la única fuente de energía y me hace sentir siempre joven. La santa misa es como el sol de mi vida. Cuando no pueda ya celebrarla, querrá decir que mi tiempo sobre esta tierra ha terminado.
Cardenal Mindszenthy
El cardenal Mindszenthy de Hungría tuvo que soportar muchos sufrimientos en prisión. Lo detuvieron los comunistas el 26 de diciembre de 1948, y lo llevaron a la infamante prisión del número 60, de la calle Andrassy de Budapest, a donde llegó a las 3 a.m. Allí le hicieron lavado de cerebro para doblegarlo.
Algunas de las prácticas inhumanas del lavado de cerebro, que se probaron con el cardenal, pueden hoy conocerse por el testimonio de un agente de policía, que trabajó en la prisión de Andrassy, cuando él estaba allí. Ese policía escapó a Austria e hizo un informe sobre el cardenal a un funcionario de los países occidentales. Se emplearon primero drogas. El propósito era llevar la mente a un estado de sumisión servil. Una de las drogas le produjo un terrible dolor de cabeza y un mareo; después pánico y una incapacidad para resistir las sugestiones ajenas. A continuación, pasó por la celda de goma. La celda de goma se llama así por estar almohadillada con goma inflada de forma parecida a las cámaras de los neumáticos de los coches. Una vez que el preso estaba dentro de la celda, el policía se ponía unos guantes de goma inflados, que le llegaban a los hombros, y al preso lo lanzaban de una pared contra otra, rebotando repetidamente como una pelota de goma. Los bolcheviques inventaron este sufrimiento, porque no deja señales, pero produce derrames sanguíneos internos y deja al preso atontado… Otra tortura fue no dejarle dormir para producirle un agotamiento mental y físico. En un período, se le mantuvo despierto durante 82 horas… Después de días y días de tortura, los comunistas dijeron al público que había firmado una confesión, que después se demostró que era falsa… Uno de los funcionarios de la prisión, que después escapó, dijo que una noche le ordenaron llevarlo a la celda de goma.
Miré al cardenal y me pareció tan pequeño, que tuve la sensación de que tendría que cogerle en brazos y llevarle… En el mismo momento, comprendí que, más tarde o más temprano, yo también estaría preso allí. Saqué unos polvos de mi bolsillo y se los ofrecí. Él me miró con ojos penetrantes y vi que creía que quería matarlo. Me quedé sin poder hacer nada; después, la mirada acusadora desapareció de sus ojos. Comprendió que quería ayudarle. Y le dije: “Tómelos, estos polvos no le matarán, le pondrán enfermo y su efecto durará sólo hasta que le lleven al hospital de la prisión; de esta forma, escapará a la cámara de tortura”. El cardenal me apartó suavemente mi mano extendida y, de pronto, aquel hombre pequeño se me apareció grande y majestuoso. Se inclinó hacia mí, apoyó su mano en mi frente y me dijo con una voz llena de un calor sobrenatural: Hijo mío, vigila y reza. Creo que me bendijo. Yo, al cabo de una hora, estaba camino de la frontera.
El cardenal Mindszenthy pudo soportar todas las torturas, porque Dios era su fortaleza. ¿Y tú?
Cardenal Kazimierz Swiatek
Fue ordenado sacerdote en 1939 en Pinsk (Bielorusia) y fue arrestado en 1941. Lo condenaron a 10 años de prisión, dos de los cuales los pasó en el campo de concentración de Marinsk, siete años en las minas de Vorkuta, cerca del círculo polar ártico, y luego en Siberia. Fue liberado en 1954 y fue párroco de Pinsk hasta 1991, cuando fue nombrado arzobispo de Minsk. En 1994, el Papa Juan Pablo II lo nombró cardenal. Dice:
Celebraba la misa a escondidas, cuando podía. Como cáliz usaba un vaso de cerámica y llevaba la comunión a los católicos en una cajita de fósforos. Durante diez años, permanecí aislado completamente de la realidad del mundo. En 1954 al ser liberado, me dirigí a Pinsk. Ingresé a la catedral donde en 1939 fui ordenado sacerdote. Era domingo. Me quedé en silencio observando. Una de las mujeres presentes inició las oraciones: Era una especie de misa sin sacerdote. Yo lloré de emoción al ver la fe de aquellas mujeres que llevaban seis años sin sacerdote, desde que el último había sido arrestado y condenado a 25 años de prisión. Yo les dije que era sacerdote y comenzamos los trámites para pedir permiso para poder celebrarles la misa. La policía me vigilaba, pero pude obtener el permiso y ser un párroco hasta 1991.
En aquellos años, fueron especialmente las abuelas las que conservaron la fe. Son figuras heróicas a las que había que levantar un monumento. En 1991, al nombrarme arzobispo, comencé a recorrer el inmenso territorio de Bielorusia, recorriendo hasta mil kilómetros por día, para visitar a mis fieles. Un día encontré en un parroquia a un joven sacerdote polaco, que había venido de su país para trabajar entre nosotros. La iglesia era un edificio semidestruido, sin techo ni puertas. Me esperaba un grupo de mujeres. Era la primera vez que encontraban un obispo católico. Luego pregunté al joven sacerdote cuál fue el motivo para venir a trabajar en aquel sitio tan desolado. Padre, me contestó, yo pertenezco a la categoría de los locos por Dios. Y lo fue. En poco tiempo consiguió reconstruir tres iglesias.
Agradezco a Dios la gracia de haber podido sobrevivir a los largos años de persecución. Y quiero ser también de los locos que lo dan todo por Dios.
Monseñor Kazimierz Majdanski
Fue arrestado por los nazis, cuando era alumno del Seminario de Wloclawek, el 7 de noviembre de 1939, junto con otros alumnos y profesores, y encerrado en el campo de concentración de Sachsenhausen, y en Dachau después. En Dachau fue sometido a criminales experimentos seudocientíficos.
En una entrevista concedida a la agencia de noticias Zenit dice:
En Dachau había un tal profesor Schilling, que hacía seudoexperimentos científicos. Experimentaba con los prisioneros la reacción del hombre a las diferentes sustancias que nos inyectaban.
Antes de que me sometieran a semejantes experimentos, le pedí a mi profesor del Seminario que informara a mis padres de mi muerte y le dejé todo mi tesoro: dos rebanadas de pan duro. Pero pude sobrevivir por un auténtico milagro. Por desgracia, el padre Jozef Kocot, mi compañero de habitación y profesor de filosofía en el Seminario, murió en silencio, sufriendo de manera inenarrable.
Nuestros verdugos alemanes blasfemaban contra Dios, denigraban a la Iglesia y nos llamaban “perros de Roma”. Nos querían obligar a ultrajar la cruz y el rosario. Para ellos, no éramos más que números que había que eliminar. Echábamos, entonces, mucho de menos la Eucaristía. Allí hubo casos heróicos. El padre Frelichowski, cuando estalló la epidemia de tifus, se ofreció como voluntario para servir a los enfermos. Murió dando la vida por los demás como san Maximiliano Kolbe.
Murieron la mitad de los sacerdotes polacos encerrados en Dachau. Vi cómo morían muchos de manera heróica. Algunos hubieran podido salvarse, pues las autoridades ofrecían a los sacerdotes polacos la posibilidad de un trato especial, a condición de que declararan que pertenecían a la nación alemana. Pero ninguno aceptó. Al padre Dominik Jedrzejewski le ofrecieron la libertad, si renunciaba a sus funciones sacerdotales, pero él no quiso y murió.
El martirio del clero polaco, durante el infierno nazi, es una página gloriosa de la Iglesia y de Polonia, a pesar de que se ha querido mantenerla en el silencio. Murieron 2.000 sacerdotes y 5 obispos.
Entre los obispos, que sufrieron atrocidades y cárceles de los regímenes nazis o comunistas de Europa durante la segunda guerra mundial, podemos enumerar a Luis Stepinac, arzobispo de Zagabria en Yugoslavia; Josyf Slipyj de Ucrania; Stefan Wyszynski de Polonia; Mindszenty de Hungría; Josef Beran y Frantise Tomásek de Checoslovaquia; Julijans Vaivods de Letonia; Alexandru Todea de Rumania y otros más.
Zef Simoni
El padre Zef Simoni, de Albania, sufrió durante varios años las torturas de los campos de concentración y de las cárceles comunistas de su país. Él mismo nos dice:
Me encerraron durante doce años en el campo de Spac, una prisión que podría compararse al campo nazi de Mauthausen. Se encontraba cerca de una zona minera, en la que los detenidos eran sometidos a un trabajo incesante y peligroso. De hecho, muchos murieron… Los prisioneros eran, a veces, sometidos a descargas eléctricas y debían caminar descalzos sobre placas metálicas incandescentes…, les llenaban la boca de sal o les obligaban a tragar medicamentos dañinos para el sistema nervioso. Recuerdo que el sacerdote jesuita Gjon Karma fue enterrado vivo en un ataúd. El franciscano Frano Kiri estuvo atado a un cadáver durante varios días hasta que comenzaron a salir los líquidos del muerto. Otros fueron ahorcados, decapitados o ahogados en lodazales. Pero con la ayuda de Dios pudimos ser fieles a Cristo, a la Iglesia y a nuestra misión sacerdotal.
El Papa Juan Pablo II, el 25 de abril de 1993, al visitar Albania, lo consagró obispo. El 22 de setiembre del 2005, con sus 77 años, estuvo presente en la audiencia general del Papa Benedicto XVI, donde le habló de tantos hermanos en el sacerdocio, que fueron masacrados y de tantas religiosas y laicos que sufrieron persecución por ser fieles, pero que no renegaron de su fe.
Padre Ciszek
El padre Ciszek, norteamericano, fue voluntario de misionero a Rusia durante la segunda guerra mundial, pero lo tomaron prisionero y pasó cinco años preso en la famosa cárcel Lubianka de Moscú y otros diez en campos de trabajos forzados en Siberia, trabajando en las minas de carbón en medio de un frío extremo en invierno y con un hambre terrible. Pero pudo sobrevivir, a pesar de que, en varias ocasiones, tuvo gravísimos accidentes de trabajo o pudo salvarse de las revueltas de los campos, reprimidas sangrientamente por el ejército.
En su libro With God en Rusia, traducido al español como Espía del Vaticano, va narrando cómo confiaba siempre en la providencia de Dios para salvarse de las más difíciles situaciones y cómo rezaba todos los días el rosario, procurando hacer algunos momentos de oración. Dice:
Durante los cinco años, que estuve en la Lubianka (prisión de Moscú), creció mi convicción de que todo lo que sucedía era voluntad de Dios y que Él me protegía.
En el campo de trabajos forzados número 5, volví a celebrar la misa que no había podido celebrar desde los tiempos de Dubinka… Era en un taller, ante las mismas barbas del comandante. Disponía, entonces, de un pequeño cáliz y una patena de níquel, que había hecho uno de los presos; el vino era de uvas, que hurtaban de no sé dónde y el pan lo cocían especialmente algunos estonianos católicos, que trabajaban en la cocina… Era peligroso que asistiesen muchos por el peligro de llamar la atención; pero, a medida que corrió la voz, ya eran más los que deseaban asistir a la misa. Al cabo de cierto tiempo, el padre Casper y yo fuimos más atrevidos y empecé a celebrar la misa en uno de los barracones, donde la mayoría eran polacos y lituanos y el brigada tenía sentimientos religiosos… Me cambiaron de alojamiento y mis antiguos feligreses venían a mi nuevo alojamiento por la noche y, entre juegos de cartas y dominó, confundidos entre las conversaciones de los demás, los confesaba y les daba la comunión.
Luego, salía a dar una vuelta como para distraerme y lo que hacía era confesar a uno o a varios mientras paseábamos. Si había muchas confesiones o tenía que dar algunas comuniones, conveníamos encontrarnos a la mañana siguiente temprano en algún sitio del campo, como por casualidad, en grupos de dos o tres, y así podíamos llevar a cabo lo que nos proponíamos. Otras veces, daba la comunión por la noche, después de la misa, y era lo que yo prefería, pues se corría el riesgo de perder los santos sacramentos en un registro nocturno… Después, cambiamos de táctica yendo a barracas distintas a celebrar la misa y así evitábamos sospechas. Celebraba en algún barracón donde el jefe de la brigada era amigo y mientras él vigilaba desde la puerta para que no entrase ningún extraño. Los sermones y los consejos los daba paseándonos arriba y abajo como si discutiésemos algún tema de interés general. Incluso, conseguí que algunos hicieran una confesión general cada mes.
Cuenta también cómo, cuando celebraba la misa sentía una inmensa paz que le daba fuerzas para soportar todas las dificultades de la vida en el campo de trabajos. Al celebrarla, era consciente de ser ministro de Jesús y le ofrecía todas las necesidades, problemas y sufrimientos del mundo entero, especialmente de los que vivían con él. Nos dice:
Muchas veces yo pensaba que los sacerdotes, que nunca han sido privados de la oportunidad de celebrar misa, no aprecian realmente el tesoro que es la misa. Yo sé los sacrificios que hacíamos para celebrar en aquellas condiciones, estando hambrientos. Yo he visto sacerdotes que estaban en ayunas todo el día y trabajar con el estómago vacío para tener la posibilidad de celebrar la misa (en aquel tiempo había que guardar ayuno desde las doce de la noche del día anterior). Yo lo hice con frecuencia. Y, algunas veces, si no podíamos celebrar la misa al mediodía, en el descanso para comer, debíamos esperar hasta la noche. A veces, en verano, debíamos quitarnos tiempo al sueño para levantarnos temprano, antes de ir a trabajar, para celebrar la misa en algún lugar escondido. Vivíamos como en las catacumbas, con nuestras misas secretas. Si nos descubrían, éramos severamente castigados y siempre había informantes. Pero valía la pena correr todos los riesgos y sacrificios por celebrar la misa. La misa era un tesoro para nosotros. La anhelábamos y hacíamos cualquier sacrificio con tal de poder celebrarla o asistir a ella.
Cuando no podíamos celebrar la misa, teníamos hostias consagradas escondidas para poder, al menos, comulgar cada día y celebrar la misa espiritual sin pan ni vino, recitando todas las oraciones… Pero, por las tardes, cuando los demás estaban jugando cartas o leyendo o conversando, yo y el padre Victor, como si estuviéramos conversando, celebrábamos la misa de memoria. En algunas oportunidades, podíamos internarnos en el bosque, durante los trabajos, y allí celebrábamos la misa sobre un tronco de árbol. Nunca me olvidaré de aquellas misas celebradas en los bosques de los Urales… ¡Cuánto significaba para nosotros el celebrar la misa y tener el cuerpo y la sangre de Jesús con nosotros!
Podíamos sentir sus efectos en la vida diaria. Para nosotros era una necesidad el celebrar la misa… La celebrábamos sin ayudantes, sin velas, sin flores, sin música ni manteles blancos; simplemente con un vaso corriente para echar unas gotas de vino y un pedazo de pan con levadura. En estas condiciones, la misa nos acercaba a Dios más de lo que nadie podría imaginar. Conscientes de lo que estaba sucediendo, penetraba en nuestra alma el amor de Dios. Y, a pesar de las distracciones causadas por el miedo a ser descubiertos, permanecía en nosotros la alegría que producía el pequeño pedazo de pan y algunas gotas de vino, consagrados en Jesús… Nada ni nadie podría haber hecho profundizar más mi fe que la celebración de la misa… Mi primera preocupación cada día era poder celebrar la misa. Ningún día la dejé de celebrar mientras pude.
Y mientras pudo, también confesaba, bautizaba, confortaba a los enfermos, rezaba por los difuntos y hasta daba retiros espirituales a otros sacerdotes prisioneros. Era realmente un sacerdote a tiempo completo para gloria de Dios y servicio a los demás.
Nguyen Van Thuan
Cuando era obispo de Saigón en Vietnam, los comunistas lo metieron a la cárcel, donde estuvo 13 años, nueve de los cuales estuvo solo en una celda sin comunicarse con nadie. Si no hubiera sido por la Eucaristía, se hubiera vuelto loco. Él dice:
Nunca podré expresar mi gran alegría al celebrar diariamente la misa con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de mi mano… Han sido las misas más hermosas de mi vida.
En la cárcel pensaba en las persecuciones; en las muertes, en los martirios, que han tenido lugar durante 350 años en Vietnam y han dado a la Iglesia tantos mártires desconocidos: unos 150.000. Yo mismo creo que mi vocación sacerdotal ha sido misteriosa; pero, realmente, vinculada a la sangre de estos mártires de Vietnam, caídos en el siglo XX, mientras anunciaban el Evangelio y, permanecían fieles a la unidad de la Iglesia, a pesar de las amenazas de muerte… Por parte de mi abuelo materno, hay un hecho dramático: En 1885 toda la parroquia fue quemada viva en la iglesia… Los mártires nos han enseñado a decir sí: un sí sin condiciones ni límites al amor por el Señor. Pero los mártires nos han enseñado también a decir no a las lisonjas, a las componendas, a la injusticia, quizás con el fin de salvar la vida o gozar de un poco de tranquilidad.
Por mi parte, tenía el apoyo de mi madre. Cuando estaba en la prisión, era mi gran consuelo. Decía a todos: Reza para que mi hijo sea fiel a la Iglesia y permanezca donde Dios quiere que esté.
Y él ofrecía sus dolores a Jesús por medio de María, a quien tanto amaba y a quien ofrecía todos los días el rezo del rosario.
Cuando obtuvo la libertad, pudo viajar al extranjero y el Papa lo nombró cardenal de la santa Iglesia. El año 2000 dio los ejercicios espirituales a la Curia Romana, en presencia también del Papa Juan Pablo II.
Fragmento del Libro “Sacerdote para Siempre” del P. Ángel Peña O.A.R.
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